23.9.06

una violeta entre girasoles

[la médula de un amor precipitado que, a veces y sólo a veces; nos vive con una crudeza devoradora]

¿Y si no lo es?.
(en tres sorbos un café quemado puede ser bebido)
(en tres palabras puedes contener la respiración sin desahogarte)
(lo que no puedes es evitar la asfixia)
(ni el sabor a carbón hirviendo en la garganta)

Derramó unas líneas sobre las cuerdas del piano. Sabía entretenerse de ese, “el otro lado del instrumento”...
Es como un arpa durmiendo, decía mientras lo inspeccionaba con superlativo cuidado. Ni siquiera era suyo, pero su dueña disfrutaba con admiración las pasiones que él despertaba mientras se perdía en las constelaciones de aquella gigantesca caja de madera y sus curvas.
Creo que los remos fueron inventados tomando como referencia las aletas de las ballenas. afirmaba como si el inspeccionar las fibras esenciales del instrumento tuviese algo que ver con los cetáceos y el medio para mover un bote...
[claro que, tenía relación]
Le era imposible entender a la dueña la hilación que en la cabeza de aquel sujeto tenía lugar.
Ese día sin más, parado ante la puerta, sonriente y antes de ingresar, confió a la dueña la siguiente revelación:
Hace cuatro siglos en el Japón antiguo, en un pueblo cercano a las costas del pacífico en la isla de Hokkaido, enfrentáronse dos guerreros; un discípulo y su maestro.
El alumno no entendía como aquel que fue su mentor se había transformado en un asesino que disfrutaba los humores de la sangre vertida en los filos de su espada.
Llegaron a un punto de la lucha donde sus siluetas se eclipsaban con el amanecer y el aroma de la hierba humedecida por el oleaje del océano.
El final de aquel día que nacía estaba próximo...
¿Y cómo pretendes vencerme?, cuestionó el maestro con una sonrisa de labios cubiertos de saliva espumosa y dientes rechinando.
No veo que seas tú, quien de los dos porte una espada...
Y al instante de decir estas palabras, los globos oculares se le hincharon inyectados y con un enfurecido grito se abalanzó sobre su aprendiz con incontenta violencia...
La hierba en derredor de sus espaldas se blandía con el canto de la brisa; parecía que la tierra estaba respirando con calma después de haber sido enterrada en un profundo resentimiento que ni la muerte misma toleraría.
[la naturaleza no puede odiarse a sí misma]
A la altura de los hombros, los brazos del maestro se desprendieron; como arrancados de un tirón giraron por los aires antes de caer.
No cayó ni una gota de sangre.
Un corte limpio y perfecto...
No comprendo; es imposible... tú no...
Sin voltearse, el discípulo dio a su maestro la última lección.
Que no la puedas ver, no significa que ella no exista... vivirás para recordarlo.
Por esa única vez, la hierba se llamó a silencio perpetuo.
Si caminas por esos suelos tal vez lo notes; allí el aire corta al aire hasta hacerlo irrespirable...

Sin más y sonriente, entró en dirección ha por el piano, no sin antes frenarse en seco, dar la vuelta y...
Buenos días...
Ante la mirada impávida de la dueña, quien frente a tal descortés cortesía no pudo más que comprimirse en una gran especie de duda con forma de ramas de roble albo en un invierno de mil colores y ninguno blanco.
Sobre su eje giró el hombrecito, retomando la ruta del cordófono como quien acaba de pasar la página de un libro.
Que rico es sentir su fragancia por las mañanas.
No intentaba ser halagador, pero la estupefactez de ella era una estupefactez alegre. Tanto que cada semana esperaba a su entrenador de pianos para redescubrir esas nimiedades que al resto le parecen justamente eso.

Ella por el sólo hecho de ser la dueña no superaba en edad a la de él. Para ser objetivos y no deformar la veracidad de los hechos; ella añejaba un mes más que él. Suficiente para entender que aún siendo más joven, eso lo hacía más sabio, pero no por la biología de cronos, sino porque la de él, era una juventud dotada de una sabiduría antigua e inaccesible... incómoda.
Y esa incomodidad era la que despertaba esa curiosidad.
Claro que el opinaba todo lo contrario como era de esperarse ya que el tenía una honda curiosidad por ella sin que ella lo supiese...
¿Le llegó la nota con el recado que le envié?... Porque me fue devuelta... Creo que hubo un malentendido con- - el la interrumpió marcialmente apuntado con su dedo índice derecho hacia el techo y los labios pegados después de aullar...
Shhhh...
Y dando un leve golpeteo sintió el acto reflejo del piano que le contestaba.
La dueña vacilaba en silencio y pestañeando con cierta arritmia.
Aquí no hay ningún problema... No hubo malentendido alguno. Contesté a su nota con la celeridad que me fue posible esperando no impacientarla.
Pero ella estaba segura que no había ninguna contestación y se lo hizo saber con cierta seguridad de haberle hallado un desliz.
En el reverso de la nota señorita; allí le contesté ya que no tenía ningún otro papel a mano...
Al ir por la nota y revisar tal aseveración, ella se econtró con una desprolija letra manuscrita.
[...si me tardo en escribir es porque estoy usando un dedo (de cada mano del pie)
por lo que me tardaré así que...
]

Cuando la gracia divina se vuelve pesada, en ese momento es que nos hacemos humanos.
Muy bien... muy bien... será mejor que me explique esto porque estoy, estoy...
Él detuvo sus labores, le susurró a su paciente le disculpara un minuto y se acercó a ella enmudecido hasta que la tuvo de narices. Entonces, abrió su boca para hablar, tomó aire, hinchó su pecho y cerrando su boca dejó sus cachetes inflados poco antes de exhalar parsimoniosamente sin dejos de resignación.
Satisfecho, volvió a abrir la boca sin quitarle la nariz de las narices y cerrándola de nuevo, esta vez se cruzó de brazos y... cerró sus ojos.
Se quedó quieto.
Ella ya no sabía cómo salir de su asombro.
Oiga...
Pero él no contestaba.
De pronto sin encontrar salida alguna ya que gritar de angustia no era una opción para una dama de su posición, hizo crujir el papel entre sus manos.
Entonces él abrió primero un ojo y luego entreabrió otro dejando que las cejas hicieran el resto.
Miró el papel crujido en la angustia canalizada de ella y le hizo un ademán con el mismo dedo con el que apuntara al techo, pero esta vez en dirección del papel trazando pequeños círculos con la punta.
Mecánicamente ella enderezo la nota y releyó sin poder detenerse por un rato.
Al darse cuenta de la fascinación de aquel juego, el tiempo había quedado suspendido.
Él estaba de nuevo inmerso en las dolencias del piano.
Este piano necesita tomar aire fresco. Deberían sacarlo al jardín de vez en cuando.
Ella no acababa de romper un embrujo que ya se hallaba hechizada en uno nuevo.
¿Por qué nunca toca Ud. los pianos que arregla?.
La respuesta fue categórica.
Porque no sé tocar el piano.
El paso del segundero del reloj del salón resonaba implacable.
[y es en esos momentos en que uno aborrece ese estar solo estando con alguien]
(pese a todo, algo siempre suele romperse para construir a partir de ello)
¡Aja!... encontré el problema... claro... sí, sí, sí... debí suponerlo... era tan obvio que de haber empezado desde abajo... seguramente me hubiese llevado lo mismo... como preguntarle a un riñón el nombre del médico al que le duele...
Él tampoco sabía nada de medicina.
¿Acaso de verdad le parecía a la dueña que se trataba de alguien con un potencial, un intelecto...
Si dice muy despacio “desproteger” suena a algo relacionado con dejar esporas o bien poros, aunque a mi me gusta más la idea de desporotar tejidos... ¿Ya le dije que tiene un aroma muy rico?.
Por supuesto que se lo había dicho ya, pero a ella le encantaba escucharlo de él.
No, no me lo había dicho. aseguró con un sonrojo al tiempo de reparar en las medicinas musicales. ¿Y cuál es el problema del piano?. Sacando de uno de sus bolsillos un monedero dispuesto a- -
Él la detuvo con sus manos antes de que pudiese sacar algún dinero.
El piano está bien... tal vez el problema seamos nosotros.
Ella en un desatino dejó caer el monedero y estrechándolo en un abrazo por sobre los hombros, lo besó impulsivamente.
Al alejarse algo sentida por su imprudencia, descubrió que él estaba con una lógica que nunca lo había dominado antes.
Sentía como si los tormentos de la razón tuviesen la errata de no haber comprendido nunca la grandeza de sus nones.
Una bocanada de frescura volvió a recorrer los labios del joven y anciano reparador de pianos. Uno de los ventanales abiertos de par en par lo devolvieron a este plano de acordes con que se juegan las músicas del universo.
Después de todo no hay tales leyes... afirmó sonriente llevando una de sus manos sobre la cabeza.
La labor estaba completa.
Pero no podemos comprobar si el piano tenía o no ningún problema ya que mi padre es quien lo toca y no regresa sino hasta pasado mañana.
Con un ansioso ademán de espera, el joven volvió a acercarse a su ya no convaleciente amigo. Le pidió en voz baja que le volviese a perdonar y que tendría sumo cuidado de las formas y cánones de ejecución.
Y arramangándose, empujó el piano hasta el jardín.
Maravillada ante tal arranque de naturaleza, se sentó a los pies de un naranjo que perfumaba dulcemente los demás sentidos y quedose viendo cómo el muchacho en un malabar... deslumbraba el entorno melodiosamente, sin tocar una tecla.
Incluso el verde de los pastos en derredor calló durante ese pequeño concierto de las sorpresas.

¿Quién iba a sospechar que en otros tiempos la flora redescubriría la magia de lo inaudible?... aquí concluye tu lección maestro.
Y dejándolo cubierto de lágrimas, el alumno despareció entre las sombras de los árboles.

Al despertar la luna brillaba sobre el jardín. El piano estaba dentro del salón. El muchacho no estaba... ¿Había sido un sueño?. ¿Cuánto había dormido?. Su piel parecía más tersa y madura que antes.
Entonces lo escuchó llamarla.
El perfume del naranjo todavía embriagaba el alumbramiento de la noche.
¿De nuevo se durmieron?. Preguntó él acercándose; a lo que ella respondió con rostro dubitativo mirando a los lados para ver a quién se refería y señalándose para sí como reformulando si era a ella a quién se refería.
Él asintiendo con la cabeza miró al naranjo y se arrimó un poco más.
¿Pasaron tantas primaveras?... indagó ella para sí.
Pasaron... confirmó extendiendo sus manos mientras ella, cómplice de su guardia baja, aprovechó el momento.
Pasamos...
Él la fue llevando hacía sí acompasando la corrección con su sonrisa en la de ella.
Así que ahora que soy minoría se aprovechan de mi, ¿no?. mirando otra vez al naranjo.
¡Qué fachas las suyas las de venir a manchar su omisión cual si fuesen nuestras!... ¿Verdad que no?. mirándolo con aquél rostro con el que presionara la nota con la respuesta de puño y letra en el reverso.
Pero no era suya la respuesta...
¡Noooo!... exclamó desbordante de alegría una pequeña damita de apenas cuatro años que corrió hacia sus padres quienes, parecía como si se estuviesen enamorandos por primera vez...
Papa... llamó la pequeña.
El padre, otrora médico poco entendido en medicina pero sí en pianos, se inclinó en cuclillas ante su damita.
Ella lo abrazó por sobre los hombros y le susurró al oído... ¿Hoy es 23 de septiembre?... El padre, con ternura, observó de reojo a la madre.
Sí... ¿Por qué?. desconociendo la trascendencia de la fecha.
Y acercándose más, la niña le explicó...
Hoy es mi cumpleaños... hoy el señor piano canta en el jardín a la hora que el pasto calladito, me escuchó entrar en el sueño de mamá abajo del señor naranjo sin desporotar tejidos...
El padre abrazó a su hija y la alzó. Tomó a su amada de la mano y acercándose al señor piano que y estaba dispuesto en el jardín, la sentó sobre el regazo de su madre, rodeó el cuerpo del instrumento, y una vez más le pidió permiso y disculpas por las molestias acordes la doctrina y elocuencia supuestas para ejecutarlo...
Ella volvió a despertar bajo el naranjo.
Él hacía un rato que la llamaba para despertarla sin despertarla.
¿Otra vez se quedaron dormidos?. pero esta vez ella lo trajo para sí.
El se sentó a su lado.
Tuve un sueño... Entre los girasoles de una violeta...
Bajo el naranjo comenzó a escucharla mientras sus manos entrelazadas reposaban sobre su vientre... el señor piano dormitaba en el jardín.

Entre los girasoles de una violeta, eclosionó ante unos ojos que con sus ojos, por vez primera reconocía en esencia cada elemento, incluso los que inestables molecularmente se trasforman en veneno.
Así me llaman cuando habito dentro de alguien...
(amor)
[o cuando toco en las cuerdas de tu piano un sueño]

12.9.06

verdugo

Descubrir en los meandros que, de las mujeres, el hombre,
es la peor de todas.