21.12.07

sumo roulette geisha

pajarito.
Inconcluso sí sí sí si por esos pasos tropiezos denodada de nada dados a nado a ruedo a fronda fruta en pecho lecho lácteo lamido mido rendido ido ganado des cobijo lana arrullo a un cuello fino cogotito frágil perfil arista crítica crota aristocrática cristo temo flor loas olas alas desierto salmo musgo postre rodillas roedor rojo pelaje abrigo desnuda dubita invita confitada palatina bañada ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos ojos rojos.
ropaje.
El colmillo y crudo hedor de la mentira, una mujer y su culo, ensortijado en los estiletes humos de un cigarro taco, yodada sonrisa, libertad esquinera que se refleja en la concavidad de una cuchara muerta, inerte, de lado amor, de lado a lado, contigua a deditos de pie leyendo al empeine de las hebillas y la envidia de una presencia prêt a porter.
Cual virgen, habla con él desde la oreja.
El andar de un señor sobre las aguas.
Las lluvias en cualquier superficie blanda son los pasos de dios.
La lluvia procedente de tus superficies blandas -improcedentes cerezas de senos cultivos a beso y músculo dentado brioso de leches ebrias y frescos borbotones de salino respirar de nariz que la propia nariz inspira- me es sin paraguas.
(sombra de una pieza nunca pintada; nunca inconclusa)
El espectro del ingenio-padre desprendido de una cabalgata que al escondrijo de un árbol artificial me ocultas…
…no así tus cenicientas.
(océanos en tu falda que no alcanzan para mover las mareas del náufrago ingeniero en fantasmales barquitos de papel)
(ballenitas de astillas)
No me digas la verdad que no muerda ni pueda decirme solo.
pinoccio.
E ingresa el primer milagro.
Un hombre preñado a la costilla impura de un dios diablo, evolucionista.
Ocho meses.
El segundo milagro se pacienta sonriente.
Divinidad india nace malformada, la humanizan gratuitamente. Los restos no humanos serán enviados a laboratorios o dados a los perros de los basurales como carroña.
Mesita de quirófano-dios en la que el hombre lo creo para no excusarse ante los hombres.
(santa closes)
(hemenéutica sajona)
(mercadeo)
Creo en papadiós.
Creo que no goza de muy buena salud, eso es todo.
Gime.
Le duele que no le sean.
A veces es un niño.
[apotémica testarudez peninsular]
Totémica pajarita; desprende el audible perfume de tus cuerdas mientras el cielo se bebe de pétalos y luciérnagas.
Giran, orbitan, ruedan. Extraviados.
No bailan.
(azar)
(tarántulas)
Sin el mes de su nombre, serías penacho, plumero… madama… polenta.
Un bollito…
-Señor, si contiene la tos así le saldrán cada vez más pesadas y punzantes las lágrimas.- consoló desde su medio metro, el más inesperado de los galenos.
(palmadas)
(abrigo)
(ramitas)
nido.

18.12.07

osario

Enconado egoísmo gentil, mutila acodado tras las gargantas de la una y única anginada sola puerta de las eras con barbillas de hierro, a las hilanderas de un estómago espanto sangre, hidra, perdido entre la materia creada por un dios y aquella a la que otro dios diviniza.
En un ojo engarzado en la gema semilla de un fruto enterrado bajo colchón de huesos y arados de lluvia bebidos sumerge las manos rompiendo sus propios cosidos hasta extraerlos acorralados como caricias furtivas de intempestuoso proceder y boca a la que lame descorrido de ropas un suculento pezón entintado de orillas firmes y salivado su entorno piel reacciona perspira al respirar con la lengua erecto cual pequeño pene con los dedos se desborda sucumbe hasta quebrarse en los confines del ocaso de unos muslos detenidos y se detiene porque no quiere detenerse porque ama a un centímetro más y de haberse detenido hubiera quedado intacto ninguno habría amado si no se hubiesen roto en el estado donde rige el imperio de todo lo que no es él y es ella de lo que era él y es ella el jarabe de unos celos lágrima amenaza tentado al dolor y al miedo perspicaz del ser.
¿Dejar de ser?...
Cuando deje de amarte.
(y ocurra lo que no temo)
Sin una flora flor para una primavera los espantos cargan a gusto en sus conciencias con esa sonrisa cadavérica del devenir de las encarnaciones, latidos de piedra en la carne de las piedras de los capullos cosechados, para quienes así los prefieran.
La mordedura de un capullo cimbra de pánico los corazones débiles. No los mata si no es por placer. Eso los hace invaluables, hermosos, únicos.
Para ellos -espectros- que no adolecen de tamaña falta de virtud, malear barro mojado de entre sus cuencas y sembrar cabizbajos rastros de sinalegrías padecidas, les atarea con regocijo.
¿Creías que es doloroso el eclosionar de las alas de un ser que no se supone sea alado?...
Imagina entonces la belleza de ese dolor al brotarle solo una...
(ahora, imagínala quebrada)
Cada uno a su debido tiempo se convertirá en cordel de su propia hilandera; estómago, sangre e hidra; crecerá dentro de las mil piedras corazón de un dios inaccesible a un dios que lo materializará hasta destruirlo con el florecer de su entierro en las sombras del amanecer de una semilla sin amor, sin padres; sin miedo… sin… sin…
(…ti)
…con.
A cada ojo enterrado; un guiño y un besito.

4.12.07

inconclusa

Cálida por la noche duerme en el brazo izquierdo de mis sueños.
La trama oculta de un bordado de requiebros entre las espaldas de una piel rota.
[santuario]
Con ella renacer, morir y volverme un kodama...
Semilla.
...despertar si ella es el alba.
Húmeda de inviernos, empapada en vinos de medianoche sobre el torrente de su espalda miel, en su piel vermelha de perfumes tersos, exactos, de pasivas floras sacras; ¿cómo no sumirse en las deidades de una mujer que así, violadora, boca abajo, indefensa, es quien seduce mis criaturas, permite quedarme entre sus sábanas y dormita hecha poema en el hombro de un rezongo, un torpe corazón que tropieza tantas veces un pasito sentado en escalón, esperando -insuflado de mejillas magdalenas- los berrinches de su amor en agolpados intentos por aprender a caminar.
Una gotita de furia, para que un hombre llueva y le duela.
Sólo hace falta eso.
Un hombre menos hombre y ni tan poco, que la rabie con la ternura de esos senos cómplices de labio y pulgares lenguas, de caderas rusas, devoradoras de hombres; de su ser reflejado en el apetito inagotable de sus ojos... hallarme en ellos.
De ser devorado a voluntad.
...de no volver a morir como lo hacía en su vientre.
Perderla sin que sufra, duele.
[hierba]
Pocas cosas sé y, te preguntarás qué cosas.
¿Cómo no amar a alguien así?. A ella, a quien no quieres serle pasado sin saberla… que no quieres ser sin ella… que sientes que ya es tarde… y es tarde.
[por mucho que esa noche sea la culminación de un rocío eterno]
Que cuando el miedo desborda inmenso de amor, invocarla me hace sentir menos solo...
¿Cómo no amar entonces a quien así nos ha amado?.
Sin temerle a los sentimientos de uno por mucho que uno sienta miedo de sí mismo.
Sé que hicimos el amor.
Sé que hicimos perlas del corazón del otro.
Sé que nos hicimos bien y mal.

[amor]
Nos fuimos…
…y aún es una sonrisa ante las muchas cosas que no sé.
En mi… ella es.

[podría obligarme orgullosamente a lo contrario]
pero en mi… ella es.
No quise perdernos…
[convertirme en hierba]
...hubiese sido más humano.
convertirme en hierba…

[por ella, soy un mejor hombre]
…y que su mano me siguiese acariciando.
Piccola diabolica;
Hold your finger into my hand...
(en la nariz más pequeña del mundo)
Por una piedra que se enroscó al tobillo de su ingenio, fúrica de celosía acorbató la taza hasta palidecer su té negro; cieguito hebroso tanto más liviano que el alma, desalmado, diente de plata violeta, pañuelo, pétalos y un tallo quebrado.
[lavanda]
En sus piernas nace el inicio de un pasado, un río y un hijo.
En punto doce una cachara espera mientras un grano de caña cuenta remolinos, se convierte en burbuja.
Quiero estrellar mi oreja contra las partes blandas de tu ombligo...
...y que lo demás se contraiga.
Petite diabolique;
Deseo entre estas palabras y las lágrimas que las acompañan, que crezcas y seas.
De este traspié de olvido se ovillará tu memoria.
Tal vez nunca sepas de él.
[sabrás de las cenizas sólo como un soplo vagabundo]
Si hubo una mujer a la que amé, pequeña diabólica...
se me hacen los ojos lluvia; disculpa.
[espero estés andando ya en los albores de explorar sobre tus piececitos]



kodama: espíritu de árbol. / bola pequeña o pequeño espíritu.

3.12.07

pequeño cuadro de escena de amor en rebeldía

Lento, acercándose -dedo índice estirado- para pasar a través del medio corazón del asa de la taza que reposaba sobre un florido mantel de amapolas negras. Mesurando cada desplazamiento, cada centímetro que avanzaba, parecía hacerlo reptando; despacio como un suspiro, sin pausa, apacible, se deslizaba sin prisa.
Cual misterio escondido, enigmática, ella no había sentido su presencia. De espaldas, no reparó en la sombra grave, ingrávida, que alcanzó su hombro. Estaba concentrada en una novela negra de un autor francés de poca monta. La historia parecía centrarse en una vivaz damisela con piel de cordero que gustaba de asesinar a sus víctimas luego de hacerles el amor y despojarlas de él. Para ser una novela mediocre, resultaba atrapante su lectura. Estaba llegando a la encrucijada de la narración cuando entre las claves, las pistas y los cavernosos perfumes extinguidos en la piel bajo la lluvia, gritó escabrosa y desaforadamente... pero no tan desaforadamente como uno imaginaría... se trató de un grito sumergido, como de huesito atorado en la garganta, aterido de modulación, blando, apagado, que fue suficiente para reverberar en él como el espinazo de un trueno.
El sobresalto hizo que la mano de él flexionara el dedo, dando un ineludible rodillazo de nudillo al asa, topando seguidamente en acelerado impulso la taza, hasta derribarla sobre el mantelado jardín antes de rodar y caer al suelo por última vez con la integridad que una taza tiene cuando se la llama por ese nombre. Las consecuencias del caliente brebaje sobre la carne no se hizo esperar provocando la reacción nerviosa equivalente. A toda velocidad, intentando hacer el menor ruido posible, batía su palma cual abanico soplándola. El café quemaba como el mismísimo diablo y ella... ella seguía enardecida. Empantanada en un trance de frenesí, mordía las palabras con todo sus molares y acentos. Cada vocablo se retorcía de rabia. Algo la había sacado de quicio y cualquiera que quisiese entenderla, tenía que acercarse cada vez más -lejanamente aconsejable- ya que los decibelios de su voz parecían ir decayendo; el volumen de su voz disminuía gradualmente, ya producto de su cerrazón bucal, ya producto de que se estaba en presencia del ojo de un huracán de metro sesenta y siete...
El era más bien un hombre tranquilo, relajado, calmo. Como un dálmata, pero sólo de lomo dálmata.
Hasta en esos momentos de tristeza, amargura y desazón, él encontraba buenas razones para sonreír. Como aquella vez cuando se quedó cuarenta y nueve minutos en medio de la calle mirando una mariposa y al llegar a su entrevista de trabajo explicó que: "Era la primer mariposa de aquella primavera en la ciudad, no se debe tomar a la ligera tales acontecimientos o de lo contrario el arrepentimiento lo acompañarán a uno hasta el ocaso de los corazones o de lo que vive una mariposa..."
¿Puedes creer que lo dijo tan confiada y sonrientemente que no hubo interlocutor capaz de no aceptar su explicación y sonreír?.
No... no obtuvo el empleo. Allí la conoció a ella.
Ella lo entrevistó y al instante ambos supieron que una relación amorosa entre empleador y empleado era imprudente. Aunque esto último a ninguno le hubiese importado. El no estaba calificado para el puesto solicitado y ella lo hubiese contratado igual sólo para tenerlo más cerca suyo.
Se eran al otro legibles desde entonces.
La conocía pues, bastante bien y lo que estaba aconteciendo no era un asunto menor. Con sigilo, fue retrotrayendo sus pasos, volviendo con la misma lentitud del inicio sobre las huellas dadas. Estaba a punto de lograrlo cuando, sobre su eje, como por un contradivino acto de posesión, justicia poética o abrir un paraguas en un lugar cerrado, ella en una secuencia cuadro a cuadro, fue girando hacia donde él.
Estaba acaracoladamente encorvada, con el pecho hundido. Irradiaba un aura profana, ennegrecida. Su voz parecía rechinar como una avejentada grieta. El libro en sus manos, sufría la presión irritada de toda su esencia. Su cabeza, completamente gacha, dejaba entrever su boca moviéndose levemente, contracturada, como si intentase impedir con todas sus mismas fauces que una saliva y diablitos dálmatas salieran por ahí destinadas a hacer estragos...
¿Cuánto puede un alma atormentada soportar antes de quebrarse y supurar por las fisuras?.
Lo que empezó siendo una respiración tenue fue convirtiéndose en un susurro. Los labios comenzaron a abrirse y el susurro a hacerse un casi imperceptible sonido en ascenso. Ella no conocía el límite de sus pasiones. El volumen de su voz comenzó a intensificarse. Tanto que a esto se sumó la rabia, el enojo, el capricho, una mayor frecuencia y repetición de las palabras que ya podían comprenderse con mayor claridad, pero sin ser humano capaz de registrarlo en un término sensato para el entendimiento humano.
Maldita sea estos libros de bolsillo todos estos libros y el imbécil que los edita sobre todo ese idiota y sólo ese idiota que sabe un cuerno mierda nada de nada y no entiende que la calidad del papel es directamente proporcional a la cantidad de agua que le caiga y ni que decir de la tinta la tinta debe ser de calidad primera clase caso contrario pasa lo que pasa ¿Ves? ¡Esto pasa! ¡Pasa que a los muy carajitos cojonudos se les olvida que habemos personas que queremos terminar de leer un maldito libro y los muy cojonudos carajitos lo recuerdan y por eso hacen y usan papel predecible y afable a la humedad a las goteras a las salivaciones de sus risas malévolas porque saben lo que hacen y lo hacen de todas formas hasta que una llega al meollo de querer seguir leyendo el libro hasta el final terminar de leerlo nada más nada del otro mundo, ¡pero nooo los señoritos no usan más papel que papel de baño y tintas de calidad pulpo tercermundista ¿para qué? para que alguien pague con sacrificio una lectura que quedará inconclusa porque, ¿quién es la víctima en este asunto, eh, eh, eh? ¿quién es? díganme, ¿quién, eh?... ¡¡¡YO SOY LA VÍCTIMA!!!.
La sordera no se aplica a asuntos del corazón.
Al verlo sólidamente pálido, duro, enmudecido, lleno de miedo y sordo, ella se recompuso llamándose a sí a la calma. Recogió su cabello enmarañado por la furia, dejó el libro sobre la mesa, esquivó el charco de café y se acercó con paso firme hasta donde él permanecía inmóvil.
Los ojos de él, nerviosos, la veían llegar. Quería huir, pero su cuerpo no respondía. Era un momento de vida o muerte, de morir o morir, sabía que iba a perecer allí mismo y sin embargo no podía entenderlo, no quería, pero allí estaba, no había forma; ¿estaba dominado por el pánico?.
Ella estaba casi frene a él y él, él... él... aterrado... ¡No lograba borrar esa sonrisa y--
...demasiado tarde.
El beso lo desaclimató por completo. El miedo estribó en una mano de ella rozando su mejilla, y otra rodeándolo en un abrazo.
La mirada de él no dejaba de estar algo sorprendida, no debido a que la lengua de ella estaba dentro de su boca con un delicioso y fresco sabor a fresa. Sentía sus labios sonreír contra los suyos.
Mas no se trataba de eso tampoco.
Entonces se percató, a la usanza de las novelas negras policiales de autores franceses de poca monta, que algo no estaba en su lugar... algo andaba no mal... sino demasiado a pedir de boca.
Y ella seguía sonriendo entre besos.
En esa fracción donde los amantes se separan unos centímetros para mirar el brillo de los ojos, en ese preciso instante, el volteó su mirada hacia la cocina mientras ella intentó en vano, con cara de pollito mojado, emprender la retirada...
En una maniobra digna de un contorsionista con ínfulas de luchador grecorromano, la tomó por la cintura con sus brazos y la alzó hasta colgarla encima suyo.
Ella gritaba... en realidad, fingía que gritaba como si la hubiese secuestrado un malhechor de alguna película de cine mudo.
El reía estrepitosamente, como lo haría el mostachudo malhechor de una película de cine mudo.
Salieron de la escena triunfantes y alegres.
Ella avizoró cual predador natural, que él iba a tomar SU taza de café y reaccionó gracias a su instinto de alerta. Claro que recordó también que no quedaba más café y que ella NO iba a ser quien lo preparase.
Por ello tuvo que elaborar una estratagema lo suficientemente buena y convincente como para distraerlo, pero el amor es un imponderable atolondrado que al final, desde el principio, no es nada y es todo, se deshace con un beso y se enfada para que lo sigan besando... eso hace que lo disfrutemos tanto.
Eso, y un buen café que lo agite entre las páginas mojadas de un indeseado esgrimista de cucharitas.
Cuando acabes de revolver tus miserias y veas las mariposas, te volverá el hambre de las sonrisas.
O sólo las dos últimas.

27.11.07

boxx+ballerina

Desplumaba azúcares con el puntilleo de un dentado metal barrilito, un golpeteo de cucharita en guata y una mirada de irises cuadrados que se despintaban con la ausencia de un café negro que olía como su corazón cuando esas palabras se lo fueron fisurando prontas y sin pocos... sí; grandes y redondos irises cuadrados.

[cuatro, cero, dos, siete...]
Qué cuenta haría en su corazón para una aritmética que jamás, nunca, pero bajo ningún lecho ni techo de ciprés y lluvia, concordaría con la letras de su alfabeto.
Ella era en el mejor de los sentidos, una bestia.
Descansarla con la educación adecuada era una pamplonería inútil que tampoco con pobres plumosas mordidas, despertaría.
Despertar su astucia con el cuerdo credo coscorrón de un ósculo embebido en zarcillos y polvo de tiza no suministraban menos aburrimiento y pesadez en los párpados que a sus alípedes tobillos ganas de patalear.
Tal vez el bostezo de bigotes carbón fue lo que alarmó el fuego en su epiléptico temblor pupilar; o verticales arcoiris tubulares... en plena noche.
La dama señorial la halló embotellada, desprotegida, entre canales de ríos heridos y besos sucios. La cobijó como a un amante. Por un instante fue su hombre; así sintió sus hóspitos brazos al rodearla para ayudarle a levantarse.
Su boca cerca del oído la alimentaba. El roce accidental de los labios en el lóbulo recogió el dulce escozor de su piel en las piernas.
La cadena de sus huesos vivificados provocaron una sinapsis de mayor presión en el abrazo. Pareció desmayarse, pero sobre su vientre, una mano afable y tibia la levitó hasta dragar el veneno de su respiración.
Su hambre abrevaba de cuerpo mientras a cada paso, sus tejidos iban recobrando su integridad. Mas las heridas aún sangraban.
Lavada, vendada, rendida en sueño; despertó.
¿Quién había sido?.
El aroma de los granos molidos, el agua caliente vertida la invitaron a seguir despertando, pero el tirón en su espalda detuvo su ímpetu con un sufrido vaivén de arco ladeado.
Entonces la vio entrar y detenerse al pie de la puerta con un bizcocho en la boca. Medio bizcocho fuera. La boca se movió despacio y el bizcocho fue torciéndose a un costado mientras todo el rostro se sonreía.
Sentada, miró con reojos rubores a la dama.
Llevó su mano a la panza y sintió el temblor del sueño de la que no era su mano.
El alboseñor de la dama, sin demostrar descuido por el bizcocho, se acercó, palpó su frente, le balbuceó fonemas y migajas intraducibles, y se sentó a su lado.
Se miraron fijo.
Ninguna se preguntaba nada.
Ambas se preguntaban si la otra se preguntaba algo.
Era el amanecer de un aturdimiento comprensible, pero que no le incomodaba.
Sus zapatillas estaban cerca de las patitas de la mesita de noche.
Se preguntó qué diferencia hacía una mesita de noche a una de día y se sonrío. La dama escuchó su graciosa respiración y acabó de comerse el bizcocho con agrado. Se levantó, rodeó la cama y salió al balcón donde estaba dispuesto el desayuno.
Ya distendida, siguió a la dama.
Aquel hombre era un caballero, era la primera vez que la trataban con tanto respeto y cariño... y ese caballero no era un hombre ordinario; era una dama.
Identificó su asiento por la cajita de madera que estaba encima. Su cajita.
La tomó apremiada y apuntó una mirada desconfiada a su salvadora anfitriona quien le sonreía al tiempo que se servía una taza de café fresco y escogía otro bizcocho.
Cuatro corderos y una loba, dijo antes de hundir el bizcocho y enjugarlo en su boca con el sabor de la noche.
La caja no había sido abierta. La caja no contenía nada de valor más que para ella. Para cualquier otro estaba vacía.
Escuchó el borbotear del café en su taza. Posó la caja a un lado de la mesa y tomó tres bizcochos. El primero lo llevó a su apetito de un bocado y sostuvo esperando su turno a los otros dos con sus dedos mayor, índice y pulgar de cada mano, mientras con los bordes de sus palmas alzaba la taza sorbiendo el café a marejadas.
La dama rió...
Nunca llegaron a conocerse. Esa mañana no habría de ser suficiente para ninguna.
El beso de la dama en la despedida no fue furtivo y triste.
Verla partir desde el balcón donde hicieron el amor con café y bizcochos, llevando su caja, reconfortó su corazón.
Era ya parte de un algo más de la dama que no sospechaba. Confiaba. Ya no era más libre que el contenido de su caja.
Podía quedarse en ese placentero refugio, o salir.
Hubo una vez que -buscando asilo en la hostilidad de un resguardo insomne- acabó por ser acorralada de sus más feroces miedos. Y así exteriorizada de pasiones, nunca llego a tener pesadillas... nunca llegó a tener sueños.
Esta vez salió; de sí misma.
Para ser libre, para encontrarse con ella siguiendo el rastro que la lluvia deja en los cálculos de aquello que dista de sus matemáticas y formula legible en ese abrazo amoroso de la mujer a la que le hablaba en una lengua sin más alfabeto que el amparo de las caricias.
Mojó su boca con la llovizna, la oreja, el lecho y la carne de su amada bajo aquel primigenio ciprés.
La devoró.
Su cabello olía a café y bizcochos.
Y se sentó desnuda, ahí, entre los huesos y el aroma del sexo, inapetente... esperando que vuelva.
El hombre que repare en su error de ortografía.

Su hombre.

16.11.07

babek & elle

Por un simple y no mísero error consonántico, todo parecido con la realidad... puramente lo es a menos que se quiera considerar remotamente lo contrario.

Era una cazadora nata. Eso creía. Que la carne del hombre es débil, que cede no ante el apetito, sino al manjar que se postre ante sus afiladas babas.
Y estaba sola.
Ya por encargo, por decisión, insatisfacción, nadie había podido completarla. Sus estándares y exigencias en ocasiones desbordaban el oriente de la sensatez, la filosofía de lo posible al punto de acabar con lo utópico.
Aún intentándolo incansablemente, con ahínco, muchos perecieron en su empresa por conquistarla perdidos en los laberintos de sus solos ojos.
Así de perturbadora y atrapante era su mirada.
No por nada la fiera era cazadora. Además, ¿Por qué el minotauro no podía converger en gracia con la florida túnica de una mujer y su anatomía?... el diablo la tiene.
Siguió el camino de la tormenta a ojos cerrados; guiábase por el aroma de las gotas por caer, la presión del aire, el resoplido de los vientos a más de diez mil pies de altura, las pequeñas sensaciones que los cambios de temperatura provocaban en las imperfecciones de su piel...
¿No te enamorarías de una mujer así... aún siendo tú una mujer?.
La solidez de su andar sobre el mismo gris que el cielo, desataban una resonancia peculiar en sus efímeros verdes zapatos de taco largo y hierba. La astucia de sus tobillos trasluciéndose por el cuarto menguante de un guiño en sus medias de leche, quebrando sus rodillas, torneando los muslos hasta la inflexión del propio corazón ajeno que colapsa como mordido por un rocío; como si toda ella de pronto se precipitara desplazando el aire con las caderas y en un perfumado coletazo de falda rosada desarmonizar delicada y subrepticia las mareas de nuestros tropiezos y sorpresas... no usaba ropa interior.
Es algo antinatural, sostenía segura de sí reprendiendo su uso con mímica.
¿Acaso no te volverías mujer para enamorarte de ella tal y como una mujer lo haría?.
Entró como siempre lo hacía; de lado, como si fuese a pasar a través de un angosto pasillo no mucho más ancho que un abrazo o una cuerda anudada para una horca.
Mano izquierda en picaporte, pie derecho al frente lateral; medio giro, empujar la puerta con inclinación propicia para la apertura, peso del cuerpo hacia la pierna de apoyo, pierna opuesta con pie opuesto sin despegarlo del suelo reptando centrípetamente en línea recta con dirección tobillo-tobillo, rótula-rótula; cabeza al frente; repetir, no rotar, re-pe-tir, tres veces hasta dar paso al intercalado de mano asida a la manija de la puerta con el fin de cerrarla y quedar... en teoría no debería haber cerrado y quedado adentro (si era lo que imaginabas) por lo cual (como no habrás imaginado ya que sus cálculos la dejaban a su sentir, incluso fuera de la comprensión de este mundo) se arremangaba la falda hasta dejar entrever -no así entrever su breve y volcánica furia- el amanecer de su meridiano entre dos damascos lo suficiente tersos, firmes, contraídos por el enojo, como para anochecerlo en un parpadeo al internarse irritada tal y como todo el mundo lo hace; sin importar que alguien estuviese saliéndose de sus ojos o saliendo por la puerta.
[continuará...]
Proseguiré... pensaba a destiempo, enfrentada a las espaldas de lo que había estado siendo su destino, bufando al sonoro chispeo de sus tacos, resoplando enfado a agujas de impaciencia, como si le hubiesen jugado una pródiga broma a ella que, si algo, si una virtud y cualidad la definían, era por sobre cualquiera a quien le pisara las espaldas: digna, respetuosa y humilde...
(matemáticamente einsteiniana)
(definitivamente una criatura para aframbuesarse la boca)
Ingresar primero a un establecimiento es un arte o un artilugio para escapistas. Huir de ella sin embargo... nadie ha vivido para contar tan colosal empresa. Tales genialidades están reservadas para aquellos quienes no... y sí... nadie los sabe.
Y hete aquí la razón del andar rabioso de una mujer que no sabe bien por qué está enfadada.
(triste, la primavera, festeja el gracioso humor de la naturaleza malnaciéndola con sonrisas; si una respuesta hallarás en la vida, es que no tiene explicaciones)
Buenos, días. ¿Qué va a--
Si algo faltaba para la perplejidad de una fortuna con moño de mar, era propinarle un pespunte en el entrecejo al bueno, al siempre bueno que nos turba, que no nos respira un dejo de paciencia para indagar sobre lo que no nos importa por mucho que quiera sernos útil.
De usted nada de nada. Quiero a mi mesero de costumbre. Llámelo y lárguese de aquí. Vamos, ¿qué espera?... Deje de respirar mi aire que no es gratis, fush, fush.
El cliente siempre tiene la razón. Con recelo el mesero alejose en busca del dichoso colega de labores masticando algunas palabrotas entre muecas remitidas a la mismísima madre de la dama.
Como quien viaja de regreso arrastrando el polvo de un amanecer de diez vidas exhaustas, el gerente del local seguido por el indeseado mesero con paso corto y resbaladizo, se inclinó al llegar donde la dama y a modo de cortés y cordial reverencia, postrose presentándole ciertas excusas apropósito de la ausencia del destino al cual ella apelaba.
Señora mía, sabrá vuestra merced disculpar los atropellos del infortunio, mas la persona cuya presencia solicitáis, no ha de presentarse a sus tareas en este día, debido a un acto enteramente volitivo sobre el cual no ha querido ilustrarnos, amparándose en su legítimo derecho de privacidad, puesto que trátase ni más ni menos de asuntos concernientes entera y estrictamente a su esfera particular, los cuales milady con sabiduría tendrá a bien dispensar.
(nadie en su sano juicio debe nunca, jamás, concluir consuelo con cálida sonrisa)
La índole cualidad importole un bledo a la dama en cuestión, al acompañar la buena nueva con un bofetón en respuesta a la insolencia impoluta de conjugar esos fonemas dentro de una misma idea con semejante descuido y desobediencia las cuales sólo podían provenir de un gerente malicioso, vengativo y desquiciado.
¡Estúpido!. ¡No acepto ultraje de tal magnitud!. La otra cara del gerente no vio venir la ambidiestra destreza para fabricar estrellas al explosivo impacto de tan finísimos dedos... parecían látigos.
(nadie había osado nombrarla "señora" al inicio de un coloquio y permanecer ileso)
De acuerdo... volveré mañana, esgrimió algo más ordenada y reconstituída en sus cabales.
La espina del gerente se contrajo en armonía con su rostro contraído, sus cejas crispadas, su frente compungida contra el borde de sus manos ofreciendo una plegaria; o queriendo tal vez simular el deseo de abrirse en dos la cabeza para aliviar su alma.
La honda respiración de una paz ansiada, no se consigue respirando.
Mañana tampoco ha de venir, lo siento.
Que altiva osadía para el opresor la hallarse impotente, sin presa a la que oprimir, debido que a la presa en cuestión, se le ocurre reparar en su libertad decidiendo prescindir de ocupar el lugar que le corresponde.
Ante esas dichosas contingencias, no queda más que seguir adelante.
Volveré pues al siguiente. La voz le temblaba con desagradable premonición.
Creo que no he sido del todo explícito... La persona que busca ha decidido momentáneamente rescindir sus funciones en el establecimiento. Si gusta puedo ofre--
El cristal de la entrada no soportó el eco que tras la sombra de su demoníaca tesitura -a las tintes de un velo de aire hirviente- dilató su estructura inflándolo hasta alcanzar una temperatura de cero absoluto.
Contraído el ejercicio de todo acto y pensamiento racional, no faltó el curioso que desatento a esas alertas que se deforman en el transcurso de una fracción de segundo desacelerándolo hasta inmovilizarlo, estiró el dedo índice rasgando levemente aquél inorgánico tegumento.
Sintió el híbrido palpoliperoma de una brisa fresca y el aliento de una voz que mientras se alejaba, se avecinaba como un estruendo... para cuando quieres salir primero, no te salvas al último de las esporas de una implosión sombría en los añicos de una mujer vuelta lágrimas de fuego.
Optó entonces, con los escombros de sus traspiés tras de sí, buscarle incansablemente.
Así pues, detuvo su marcha, tomó asiento sobre sus innominados huesos, cerró los ojos conteniendo las llamaradas y emprendió su persec-- interrumpida por una caída de bruces.
Se busca a veces invocando ser encontrado.
(los años pasados, son simples y tácitos testigos del proceso)
Dentro de sus ojos era de noche, pero podía verlo con claridad. Era él. Caído de bruces. Al fin se topaban, pero... ¿Qué diablos hace una mujer sentada en medio de un andén de subterráneo sujetando las piernas de un hombre por los tobillos, provocando que este se precipite sin remedio?.
Eso... haciendo cosas de diablos.
(la ecuación del triángulo de eva aplícase a ambos géneros)
Los beneficios de tener un somero conocimiento de la persona adorada, validan cualquier obrar inconsciente para con la misma.
Si alguien ignoraba por completo esa ley junto con la flexibilidad del espacio-tiempo; sin duda era ella.
(¿o qué crees que sucede cuando te es desconocido tu propio potencial?)
Eso... y que te vas con gusto al infierno.
Abrió sus ojos.
(...su impar pares de ojos)
El tercero, enrojecido de mejilla a mejilla no tenía dudas; era por donde se la viese, la misma adorable, nefasta y sonriente criatura que-- ¡Oiga, fíjese por dónde cami... ¿Usted?, Hacía tiempo que no le veía. Que sorpresa toparnos en estas bocas de laberintos. Quiero decir, como cuántas posibilidades hay de encontrarse con alguien. Estadísticamente el número ínfimo, casi imposible podría decirse. ¿Y qué anda haciendo por aquí Usted? ¡Que tonta, mire lo que le pregunto, es obvio que va a viajar. Quiero decir; medio de transporte público, andén, Usted, yo... ¿Y utiliza este medio a menudo?. Antes que lo olvide. Quiero sí volver a reiterarle es que debe ser más cuidadoso cuando camina. Pudo haberme pisado una mano o peor, trastabillar y lastimarse sin motivo alguno... (sonrisa) pero que agradable acontecimiento hallarlo así cómo quien no quiere la cosa en un lugar tan poco común para hacer sociales, ¿no?. No me diga, sé lo que está pensando. No hace falta que se disculpe por su accionar negligente. Se le nota en la cara que es un caballero. Lo sé porque me considero a mi misma toda una dama y no es por alardear, pero nada de eso importa. El verlo después de tantos años me es suficiente para perdonarlo... ¿Y a dónde se dirige?, no es que me interese, es simple curiosidad. Quiero decir, ¿No le da a usted también curiosidad?, sé que sí, se le nota en la mirada. ¿No siente que hace demasiado calor aquí?, quiero decir, hace calor, suele hacer calor generalmente aquí, pero habría quien diría que abrieron una puerta para que entrase una corriente de aliento del mismísimo corazón del sol. ¿Puede sentirla?... Lo noto algo pensativo... ¿En qué piensa?.
En lo que todos; pero no con tres ojos cerrados. La diferencia con él, era que él-- Aquí viene el subte. ¿Notó que viajamos para el mismo lado?. ¿Y adónde me dijo que se dirigía?, ¡Ah, no me diga!, deje que adivine durante el trayecto. A lo mejor desciende en la siguiente estación o en la misma que yo. Eso me daría gracia, pero me brindaría mucha alegría, ¿a Usted no?.
El ya estaba dentro del vagón y las puertas se estaban cerrando. Achinando los ojos y sonriéndole, la miró como quien se despide habiendo enfrentado y sobrevivido a un fatal destino...
El suelo sobre el taco derecho, se fue quebrando; la flexión de la pierna y la postura de aceleración no dieron crédito a los que al día siguiente jurarían haber visto un rayo brotando de la tierra para trasladarse -siendo su propio puente y dejando una estela de partículas de luz- dentro de un carro de subterráneo.
Fenómenos así no aparecen todo el tiempo, y hay que reconocer que personas que ven relámpagos en túneles u hombres con tres órbitas, que creen en fantasmas y teletransportación, son fenómenos...
El impulso del salto hacia adentro con giro de cadera le permitió alcanzar con el filo de uno de sus codos, la amortiguación intercostal de él, quien no emitió el menor signo de debilidad.
Para ella su codo es el equivalente a una mirada de reojo. Más lo enterraba, más sutil la percepción por el rabillo del ojo.
En el vagón había espacio suficiente para cada viajante. Sin embargo los hay quienes rara vez descubrimos como una infatigable presencia que ocupa un lugar y ejerce su derecho a ocuparlo, reduciéndonos a limitaciones casi fóbicas.
Disculpe que le esté incomodando, pero hay demasiado aire.
El nada decía.
La presa no habla cuando el desconcierto se va apoderando de sí.
Y no estaba desconcertado. Estaba como agua que bebe el diablo.
Viajaron en silencio hasta el final del recorrido. Al bajar, ella se dirigió a la escalera mecánica. El no, pero llegó antes a la superficie.
Ella llegó a divisar el rastro de un soplo de su figura ya fuera del rango de los cinco sentidos.
Irritada emprendió una marcha cada vez más rápida, cada vez más candente... como si ella de pronto se convirtiese en las fauces abiertas del corazón del mismo sol.
La resonancia de su voz se mezclaba con el remolino de fuego que se despertaba en las paredes del túnel.
Cuándo salió a la calle sintió la vista cegada y al alzar la vista... el cielo estaba por entero cub--
¡Grandísimo idiota!. ¿Quién se cree que es?. ¿Cree que yo lo estoy disfrutando, eh?. ¿Con qué derecho se desaparece, deja su empleo?. ¿Tiene idea de lo que es estar a la deriva durante años, buscando una respuesta?, ¿Buscándolo?... es un... usted es... (lagrimeando) ¡Muy malo!.
Antes de que pudiese llamarlo "tonto", abstrajo su presencia. La fue desvaneciendo. Primero algunas palabras sueltas, luego oraciones, pestañas, uñas, ademanes, tonos, colores.
Redujo su estrategia a la de no percatarse de su existencia. No contaba con que ella estuviese al tanto de eso y reparase en cada detalle, postura, inflexión, respiración y palpitaciones suyas.
Estudia a tu presa para adelantarte a su próximo movimiento, y se paciente.
Que una espera sea efímera es una cosa, pero aquello era inconcebible. Justo cuando estaba por decirle que era un "tonto" habiendo ido ha por él, habiendo logrado dar con su paradero; él, ¿No estaba?.
Una obscenidad desarticulada, incomprensible y delante de sus propias narices.
Estaba tan cegada que no dio cuenta en su análisis que era él quien se desapareció con la misma mirada y sonrisa que tenía en el vagón del subte.
Todo sonido se detuvo. Nunca antes el aire estuvo tan presionado, con tan poco espacio para moverse y desplazar objetos en el.
Maldito, maldito, maldito, maldito, maldito, maldito, maldito, maldito... ¿Cuánto pueden morderse las palabras antes de que sang-- ¡¡¡CONDENADO MALNACIDO HIJO DE TU PUTA MADRE!!!.
Deja hablar a tu enemigo para conocerle, o encapríchate con él hasta el disgusto de sus naranjas amargas. Si las prefieres dulces, ¿para qué comer las cáscaras?.
(¿quién es el amargo portador de tus naranjas?)
¿Evidente?.
Las evidencias de una lengua indómita desterraban el postulado de que: Una dama es una dama, siempre y cuando sea una dama.
Escuchado hubieras sus palabras, para endulzarte como lo hicieron aquellas órbitas humedecidas de embrutecimiento y cólera.
Sí; él lloró mientras se evaporaba.
Cubitos de lágrimas era el único rastro al que podía aferrarse. Un finísimo trazo de sal descompuesto en secuencia hacia ningún lugar aparente; ¿evidencia suficiente?.
Sabía que se acercaba a él cuanto más sentía en la salinidad del sendero el aroma de las naranjas. Rogaba que el viento no soplara ni trajera tormentas.
El agua que nos cultiva también nos confunde.
Rastrear y seguir los pasos de la presa hasta su madriguera requiere de una completa concentración en el entorno. La más diminuta alteración del mismo, es esencial.
El rastro de sal acabó en una alcantarilla.
La caminata es en este punto tan errática que explicitarla sería sacrilegio. Así pues, por disposición de los doctos, para evitar convertirla en dogma, abriremos un capítulo oscuro para aquellos que se sientan iluminados bajo cualquier luz recomendable para una buena lectura que puede no paladearles con deleite.
Nadie es tan inhumano como para abrirse hacia dentro desde el ombligo y enterrarse los puñados de sal recogidos en el camino. Nadie es tan inhumano como para pisarse con aguijones en los talones y hervir cada huella cauterizando la carne y la sal en un constante e irritable dolor.
Nadie es tan humano para despojarse de sus superficies y artificios para permitirse abrirse al sufrimiento con la sabiduría de quien acepta no conocer por entero sus miedos, pero los reconoce y consuela ignorando el más grande de sus miedos; dejar de ser. Facultad carnal que se siente con la perdida de lo que incluso nos es impropio.
Nadie es tan necio para decirlo más no sea con las palabras de un niño.
Los necios callan; y se arrastran.
¿De qué sales están hechas tus lágrimas cuando te distingues ante ti mismo como un ser despojado de todo bien y todo mal para nutrir el mal y el bien de un otro?.
Enteramente somos parciales; tanto como la parte incondicional de quien nos completa.
La punta de su zapato derecho ennegreció de tantas patadas que no dejó de vejar contra la reja del desagüe.
¡De pronto, lo vio venir!... no, no era él... pero se le parecía.
Sentada en el cordón, mirando encaprichada y silenciosa la punta sucia de su calzado, permaneció allí.
Ya no tenía ideas.
Y entonces quedó atrapada.
El eco de un latido con su nombre la llevó hasta él, quien permaneció estupefacto, impávido y sosteniendo la llave de la puerta de su apartamento inmóvil, al observarla materializarse delante suyo; algo que a ella también la tuvo perpleja... estaba recogida en sus cuclillas tomándose los tobillos.
Algo tenía esa mujer de capullo y peligro.
No estoy loca, no estoy loca, no estoy loca. Alzó la mirada y lo capturó. No es que esté loca, sabe... ¡No estoy loca!.
Disculpe, pero tengo que-- Con permiso. Intentó estirar la mano asida a la llave, pero un vientre salino se interpuso delante del cerrojo.
Esta vez no.
Cuando la presa quiere respuestas, ¿qué le hace pensar que es el cazador quien puede dárselas?.
Hace años que estoy buscándolo.
Ese no es mi problema, señora.
Un relámpago centelleó contra el pasillo. La puerta empezó a dilatarse, pero antes de que el puño pudiese atizarse sobre uno de los pómulos; él detuvo el golpe con la palma de una mano fantasma. Sin detenerse, sin prisa, realizó una torsión en la muñeca de ella. El puño eclosionó cediendo a la corriente, no pudiendo acto seguido, evitar rotar sobre sí hasta quedar de espaldas y a merced de un leve empujón que la descentró desplazándola en cuatro pases a las sales de una incierta certeza; ¿qué era lo que acababa de ocurrir?.
Quería entenderlo. Creí que lo conocía.
Un cazador acorrala a su presa sin interponerse.
De verdad lo siento. Creo no ser el indicado para ayudarla. Lo lamento. Confesó antes de cerrar la puerta.
Ella prefirió no mirarlo mientras le escuchaba.
Mentiroso... susurró cuando el pestillo de la puerta chispeó acompañado por el giro del cerrojo.
Un cazador conserva la calma en todo momento, para que el tiro de gracia sea implacablemente efectivo.
El descuido es perderse en el juego de uno mismo.
Irguiéndose con los brazos colgando a los lados, se acomodó frente a la puerta. Esbozó una sonrisa mordida de labio y rabia. Alzó una de sus cejas y divisó gacha la ubicación precisa de él al otro lado.
Entonces empezó a dar imperceptibles pataditas con la punta de su zapato izquierdo en la puerta. Su sonrisa crecía.
La puerta no temblaba; pero el corazón...
Su corazón se agitaba. No pudo evitar caer de rodillas ante aquella punción en el pecho.
Si hay una condición humana que nunca debe darse por sentada, es la impredecibilidad.
Justamente por no ser humana.
Exclusividad.
No hallaba opciones, el constante picoteo en su interior mortificaban cualquier pensamiento tendiente a solucionar el estado de herida larvaria al cual sentíase sometido retorciéndose. Su sangre comenzaba a asfixiarse.
De pronto se detuvo.
La punta de su pie temblaba. No era que quisiera-- pero lo-- lo... se detuvo.
Sabía que lo estaba matando.
Aquí la destreza del cazador vale cero. Se vuelve cazado.
Ambos eran.
¡Váyase por favor!. Suplicó vomitando un jadeo que presionaba desapacible el pecho desgarrado.
¡No!. Y pateó con fuerza la puerta.
El silencio tras el desplome de él la hizo palidecer.
Su voz ahogada volvió a pedirle que se retirara, que siguiera su vida.
Quiero saber... dijo con la voz algo temblorosa, tierna.
Usted no quiere saber. De saber no querría aceptar y, de aceptar, entonces se encargaría de negarlo. Así es mejor. Sabernos sería algo inusitado. No quiera saber. Confórmese con lo que no quiere y viva tranquila. Ya es demasiado tarde para empezar.
No se trataba del presuroso conejo y Alicia. Aquí estaban involucrados diseños y arquitecturas que pendían de hilos estructurales. Nada que pudiese haber en libros u hombrecillos predestinados a la carbonización del hombre y su prevalecía en la evolución.
Rara vez se desnaturaliza uno hasta conservar una paz que le ciega al punto de permitirle formular las preguntas correctas... afirmándolas, con cierta falta de cordura.

¡Ni que tuvieses a la ciudad de Nueva York bajo la pileta de su lavadero!.

(a la materia, las leyes en ciertas situaciones le otorgan el beneficio de la desobediencia)
En el sombrío instante de un parpadear, una mano surcó el tejido de la puerta y tomándola de la muñeca que torciera, la engulló hacia adentro.
Mientras le hablaba con cierto enojo comprensivo, se dejaba llevar distraída. Tanto que no se percató que las puntas de sus zapatos ni siquiera rozaban el suelo.Hicieron unos metros por el pasillo que a cada paso se tornaba más y más frío, pero... ¿por qué se tardaba tanto?, ¿cuándo se tornó tan largo?. El aliento tibio de su boca no pudo evitar elevarse. Unas bombillas de baja energía colgaban intermitentes de un cable y, al hallarse imbuidas por las pequeñas nubes de los jadeos del andar, estremecieron sus pequeños vientres, se movieron alertadas y fueron retrayéndose en espiral a la vez que se apagaban... hicieron un descanso en la cocina. Sin soltarla llenó con agua dos grandes vasos. La botella no era más grande que un frasco de mermelada.
Los vasos rebozaban de un líquido fresco que ayudaron a aplacar la ansiedad del arrebato hace un instante cometido.
Ella estaba por preguntarle, cuando a poco de que su boca adoptara una corta probóscide de ojos empalagados, él retomó la marcha arrastrándola consigo.
Te preguntas cómo una botella tan pequeña podía llenar dos vasos más grandes que ella. Eso sería lo irresoluble e inquietante; pero no era eso, sino que no tenía base para ser contenedora y sin embargo, estirando el cuello para dar un último vistazo panorámico a la cocina, pudo apreciar una taza de café, respirando... con una cucharita en fijo equilibrio vertical justo en su epicentro.
El andar se aligeró, pero las palabras de advertencia y calidez no cesaban.
Poco a poco fue acercándose más a él, escalonadamente escalándolo, tomándole cada vez más y más el brazo con una sonrisa desenfadada, ansiada por años.
Estaba recibiendo las respuestas que quería.
El paso se cortó de súbito delante del patio.
El lavadero estaba unos metros adelante. Podía saberse por el reflejo de una luz que... provenía justo desde abajo de la pileta.
Ahí está... y emitiendo un leve cabeceo a modo de apuntar en una dirección aparentemente inhóspita, señaló ante ella una respuesta sobrecogedora... inverosímil, fraudulenta, falaz...
Usted no va a decirme que allí abajo está... ¿Cree que soy extremo idiota?. Trucos, todos trucos. Mire si voy a caer en la estúpida idea que allí est-- e invitándola a cerciorarse, se acercó despacio para que ella constatara el truco que la dejó atónita.
Allí estaba; la "Gran Manzana" en una réplica a escala, exacta a la original.
Sólo que...
Se equivoca. No es una réplica.
Incrédula y con la sagacidad que la caracteriza para ver equilibristas en tazones de café con leche, agudizó su atención a los detalles de la liliputiense citadela; el bullicio vehicular, el cielo nocturno, Manhattan, los rascacielos con sus ventanitas aleatoriamente encendidas y apagadas con puntillosa delicadeza; era una maravilla edilicia, deleite para el arrebato y-- triunfal, apunto directo al corazón de la bestia rehuidiza, sembró la gracia sobre la desdicha de las ruinas de inaudibles latidos, escombros, erguidos en dos infinitas estelas de millones de corpúsculos. Dirigió la punta del índice de su filosa lengua a lo que respuesta lógica no tiene.
¿Y el once de septiembre?... Interrogó reconfortada de haber descubierto la farsa de aquella pequeña pantomima. ¿Qué dice de eso, eh, eh?.
La mirada de él se embarazó con cárdenos pétalos pasionarios. Ella había descubierto una falla en su artimaña, un equívoco en esa diminuta puesta en escena y, si bien no esperaba que nada pasible de hacerla recapacitar opacara su glorioso festejo en su sentir faltaba una pieza y esa mañana le pidieron de favor cuidarla. Aceptó de buen grado. Llamó al trabajo solicitando permiso para tomarse el día libre. Expuso los motivos sin guardar reparo y al respecto, pidió estricta reserva. Así fue como unos minutos después, unos pocos minutos después de prepararse la merienda y calentar una mamadera... perdió de vista sus pasos. Sus primeros pasos de culito en pecho estilo patito por cuenta propia... Tenía en las manos unos avioncitos de papel que arrojó con todo y puño de dios en cielo contra... bueno; lo demás sería irreparable, un nunca para siempre...
Nunca una mirada se transmutó tan velozmente de la sorpresa a la atonía mortuoria como la que tienes ante el espíritu desescondido de quienes se ignoran a sí mismos obreros de la construcción, shivas, pilotos de avión descalzos... o la sobrina piel de una bípeda urbe escurridiza y juguetona.
Nunca un beso consoló una vergüenza sumida en miles de almas que parecían apaciguarse en lo que a la distancia era simplemente el recuerdo de un juego.
Porque dios, no sólo delega; también es niño, sabes. Afirmó en los silencios que quedan entre labio y labio.
Las respuestas que habían desafiado toda razón, estaban ahí. Donde siempre suelen estar y menos las imaginamos.
(bajo un lavabo insospechado; o un corazón que se decide ir con quien nos deja)

Condensadas en el brillo de ella y la que no es su letra, en el sonrojado bies de un beso que había liberado la muñeca y acariciaba su vivaz mejilla, Babel extendió desde y por entre la sombra de la palma de su mano sobre la de ella, esas palabras que adquirieron la incipiente forma de una semilla dormida, esencia de cenizas rojas, arcilla, pureza e impredecible descifrar... imperio de las orquídeas.
[cognición de lo inacabado]
[tiende tu mano cazadora]
[no la sueltes]

Meravigliosa creatura, purretita, con su propio agitar de un océano coral collar de dioses en sus ojos tierra; incluso cuando los tuyos, permanecen cerrados. Incluso entonces, flor y llanto; se abre.

Magdala...

12.9.07

rewritten rages

for those who forget that being lost is a bless and have no words to build something that needs none, to blossom in the spirit of someone else... (dream)

they will come to you...
(as a flourish spring in the belly button stream of a one only and single seed)

4.9.07

reconciliación

Como tener que perder a una mujer sin que sufra…
[pastos]
Cómo tener que perder a una mujer sin que sufra…
[¿y qué es lo que sabes?]
Que no quiero ser cenizas…
Aquella hoja parecía estar goteando por sí misma, como si fuese un organismo vivo. A su alrededor los aromas penetraban mientras una mirada panorámica capturaba estáticamente el entorno.
Todo se sucedía de manera habitual.
En unos asientos un matrimonio sentado. Su pequeña enfrente. A un lado de esta, un cochecito con su hermano menor. Podría en otras circunstancias haber sido un niño con un retraso mental. Podría haber sido en ese mismo caso asesinado por uno de sus padres o de por ambos de mutuo acuerdo, a modo de recobrar la deshonra de una sangre impura.
Lo cierto es que llovía.
Las rizadas motas del padre prestidigitaban con cerrado entrecejo la alegría de su hija. Otro padre le hubiese sonreído, hecho cosquillas. Este deshollinaba con la punta de su índice la fosa nasal más a la vista de los espectadores. Otro hombre menos ordinario se hubiese relamido tan renegrido manjar atascado bajo la uña.
Con el dedo par de la mano opuesta, perdido en una agresión verbal a su mujer, la raja del culo de esta que se desborda por el posabrazo del asiento, y el crío sollozando incómodo, el hombre desdobla el vapor imperante de la ventana. Con sólo dos de sus falanges traza un ancho arco de arriba abajo en un ángulo de noventa a ciento ochenta grados. Otro hombre sabría que está desempañando un divino y pequeño brete químico-geométrico. Al menos su niña sin saberlo se atonta sonriente, intenta imitarlo maravillada.
Otro padre la hubiese cargado en brazos y sonreído ante tal admiración. Otro hubiese jugado con ella mientras se escurría desde el asiento dejándose resbalar con todo su cuerpecito como una de esas gotas al otro lado del vidrio.
Pero ese era este lado.
Las gotas, contra el destello de las piernas de la niña temblando por el oleaje de su padre que la reacomoda en el asiento, trazan el recorrido de los rayos que aún no han caído. Guardan junto con las presiones ejercidas por el aire, una memoria tan antigua que creemos nos es desconocida.
Así como si nada, no todo se precipita.
Hasta que sentimos al unísono, cada quién en su sitio; la primera gota…
A tres pasos de la niña, el rostro de una mujer estaba siendo destrozado poco antes de llegar a la terminal de ferrocarril. Una mano presionaba forzando ascendente y descendentemente las facciones cada más deformadas, hasta que los huesos a punto de ceder al mecanismo, como un engranaje que se rompe de la maquinaria misma de la vida, soltaban un candente y desgarrado aullido cuyo sufrimiento quebrantaba el corazón de la mujer que callaba totalmente luego de temblar ajena a su última voluntad. Corazón que al menor atisbo de detención, el hombre revivía impactando con dos de sus nudillos de la mano libre, sobre la zona espino-costal del flanco cardíaco.
Resucitar a los muertos es una tarea silenciosa. Más si tienen la desfachatez de morir tan pronto. ¿Cuál es la prisa?. ¿Por qué había que ser tan cruel cómo para dejar irse a quien a quien s ele puede prolongar la emoción de un infierno un poco más?... ¿Por qué?... ¿Por qué no?... ¿Por qué…
Porque sí.
Una tercer mujer, azorada vislumbrada en lo opaco de sus espejuelos el espectáculo, algo un tanto improvisado para su gusto, pero con creces mucho mejor que los mendigos y falsos ciegos que pululan en esos medios de transporte. Lo bueno es que nadie la vería con esos mismos ojos. Un abusador no es del todo capaz de reconocer a otro de su especie cuando es incapaz de oler su propio miedo a ser reconocido.
Esta mujer admiraba a aquél hombre. Como si en realidad él fuera uno de su especie.
No se puede comparar a quien por un razonable pedido de tranquilidad mal lograda, retuerce fraccionadamente el pescuezo de su único vástago hasta desprenderlo, hasta dejar su cabecita floja como un péndulo, ladeándose de hombro a hombro, gélida, blanca, apenas y cubierta por algunas lágrimas maternales, una agradecida risa frenética, sin hambre.
Pero esta podría ser otra madre, una menos diligente y encomiable. Una que no fue madre tal vez.
Ninguna era aquella cuya nuca seguía siendo sostenida por aquel hombre que no tenía razones para hacer lo que estaba haciendo y simplemente lo hacía.
Y para él, que sólo él lo supiera parecía ser suficiente.
Pero él no lo sabía.
No sabía del padre, de la culona esposa rebozante en carnes, de la niña y su hermano; de la otra mujer… de sus motivos.
Sopesó y consideró que la dama bienaventurada -ya sin fisonomía alguna- prodigaba la debilidad suficiente como para violentarla.
[tampoco quiero un funeral cristiano]
Leía en voz alta…
No preguntes por qué alguien te haría leer esto. No siempre hallarás razones.
Incluso por más que te las den. Si puedes vivir con esto, lo bello y lo feo te sorprenderá con agrado.
Era un libro pesado y grande para alguien de su edad.
Acomodada, madre miraba las aguas negras de la escena a los pies de su vientre, turbado reservorio de esperanzas depositadas con la pureza de lo que juicio de valor no tiene y sobre lo cual emitirse alguno no se debe...
Sonreía.
Pese a la derruición del nudillo pedagógico, sonreía.
Mórbida la jeta, amoratada, anestesiada, con el libro abierto delante, sobre sus manos, gotitas de sangre y baba salpicaban las hojas.
Intentaba sorber los coágulos dificultosamente, con displicencia. Ya por las encías ateridas, flojas, la lengua desmoronada a un lado, ya porque apenas y respiraba por esos labios entumecidos. Podía creerse que estaba muerto.
Embolsados, recubiertos de pequeños parásitos en los contornos de sus párpados, sus ojos arremolinados, henchidos e inyectados, parecían supurar una incandescencia; tal vez los excrementos de los parásitos.
Ahogados, lo que parecían ojos eran...
Parte de su torcida sonrisa que sobrevivía allí en su globosa y húmeda boca, canal por el que bullían los espantos que madre contemplaba inalterable, entre el agitado dolor de sus tripas aplastadas por la presión coaccionada de los huesos rotos empujados contra ellas.
La lección era simple.
Debía saber. Sólo eso.
Saber.
Adquirir conocimiento sin importar qué método y/o medio.
Era imprescindible pues, tras aprender a pararse, aprender cómo sentarse adecuadamente.
No fue sencillo quebrar sus piernas. Aquellos huesos eran duros de roer. Entiéndase con esto el efecto de serrar los pies por obra y gracia de una hoja acerada de cinco milímetros con dientes de doble filo y canales de centímetro y medio... pero eran incorregibles.
Hubo que empezar desde más arriba. Demoler sus piernas desde el mismísimo eje indómito de la motricidad. Un mazazo por encima, sobre y dentro del eco de uno nuevo sobre ambas rótulas para aniquilar las uniones que lo ligaban al suelo.
Sensibilidad.
Sin más hábito para distraerse con paseos, su tarea se reducía a partir de ese instante a una postración de bien.
Para su bien.
Y bien lo sabía. Confiaba en el afecto de su padre; no cuestionaba la naturaleza de aquella figura ensombrecida por la cultura y el amor que le desbordaba con el sudor de cada empalme y cada forja de golpe en seco que lo fisuraba. Admiraba a ese hombre con el deseo que se le encarnaba cada vez más y más, mientras le cicatrizaban los muñones de los muslos.
Serás más que yo, indicaba repetidas veces inculcando en su vástago el anhelante espíritu de elevarse por sobre sus horizontes, antes de repicar con una suerte de adversos puñetazos y, cuando no, de rocas empuñadas que estallaban en esos enmohecidos berenjenales que alguna vez fueron orejas.
La destreza sorda adquirida en esos primeros años para sentarse, demostraban sin ánimos y lugar a retractaciones, la efectividad y sabiduría de su padre.
¿O crees que no se puede sonreír cuando el alma está imbuida en sufrimiento?.
Se puede con la columna fracturada cuando te dan cosquillas producto de las alteraciones en las terminaciones nerviosas.
Era feliz. En todo ese pulido maleficio (al que tal vez hayas podido referirte encasillándolo con esos preceptos para entenderlo a tus razones) el pequeño era feliz.
La ternura de sus lágrimas resquebrajadas no guardaban rencor alguno.
Aprender era el objeto. Él era el objeto de aprendizaje y estudio; el instrumento del educador.
La ropa empapada en sudor se oscurecía cárdena.
Su cabeza nublada ante el más mínimo error; error capaz de prever la vista borrosa e interrumpida por un segundo acto de inconsciencia.
De vez en cuando le era imposible no perder la conciencia por la embestida de un zapatazo sonando como el chasquido de un látigo hueco contra su nuca.
Tendido con peso muerto, aún en esas instancias fortuitas (las equivocaciones son impredecibles) mantenía la sonrisa inmutable.
Silla turca... alcanzó a balbucear por última vez antes que la verticalidad del filo se desplazara por entre el tejido lingual sujeto por la punta con una prensa de carpintero.
La lección que aprendió entonces correspondía al arte de la persuasión y para ello era necesario estar dotado de una jugosa y delicada dicción a fin de poder entablar un discurso, un diálogo, con propiedad y un frugal vocabulario que permitiese brindar en el paladar, el enriquecimiento del propio lenguaje en la aceptación del interlocutor, aún cuando su opinión final fuese dispar, de dudoso gusto, procedencia o meramente de ignorancia carente de virtud.
Aquella lección sí que le hizo mucha gracia; por lo irónico y espiritual del momento...
Oh, padre... pensó suspíreamente en silencio, invocando en esas últimas dos palabras un rezo bajo los chillidos de los dientes que se crispaban con las palancas herrumbrosas ejercidas por unas oxidadas pinzas de hierro.
Los años más hermosos de su vida.
Los mismos que darían luz a una nefasta y absoluta verdad, por salvaje, cruda y enrarecida que apetezca parecer.
Emergería de ese esfuerzo, un hombre entero, amoroso, sensible, fuerte. Hecho de sus propios pedazos, abierto a sus propias heridas.
La eclosión que un poeta describiría como un acto de trascendencia personal de un ser salido de su propio capullo, de los hematomas deshinchándose a reventones, del esternón descolocando la estructura ósea y cartilaginosa para resurgir de las fibras como una criatura predestinada a un viaje que recién empieza.
Destriparse es una labor y un camino.
Nunca nadie se atrevería a tener un pensamiento oscuro a su favor o en su contra. Su mirada franca y cálida, absorbería tanto las fauces de la luz como la voracidad de las tinieblas.
Su postura y presencia, eran inigualables.
Recordaría erguido, orgulloso, la constante presencia de su madre durante el proceso de su formación, allí sentada en las orillas de la sala, momificada por su esposo y cuidadosamente compactada en una caja de cristal celosamente sellado al vacío.
La desnudez de su organizada pose respondía netamente a lo más bello de una típica ceremonia de esponsales.
No dejaré que me dejes.
El porte que se respiraba en el brillo de sus ojos al verle andar no daban crédito a ocurrencias mucho más comunes que las de una educación promedio, como la que seguramente también tu has recibido, sumado a una contención familiar con ires y venires nos más infrecuentes que las de cualquier otro.
Y en parte hay que reparar que, a su entender, así fue.
Un origen que sin ser un misterio para abordar, nadie indagaba al respecto.
Tal vez nadie hubiese creído en sus palabras. Tal vez nadie hubiese entendido sus palabras.
Lo cierto era que allí estaba, imperturbable. En su hermoso rostro; estaba la sonrisa primigenia que no dio lugar a esbozar improperios sobre su pasado, sobre terceros habidos y por haber.
Un sabio. Tanto que era capaz de hallar las sin razones del universo, al punto de explicarlo sin deducción que lo refutase, aseverando por ejemplo que: Este mundo está tejido con un punto arroz... con miles de arrozales.
Cuando el amor de un hombre llora en los senos de una mujer, no queda a la vista más que la pureza del niño que es.
¿Piensas que puede haber algo más en esos ojos nublados de lágrimas para ver?.
El amor de un hombre que duele; también llora.
Cual pasito en escalón aire, apuntaba seguidamente, sin prisa, en perpetuo continuo…
Tiémblame la blanda superficie acuosa de una tersura que se desgrana al sentir que la pierdo. Ya no es mía esta calma, y mis intenciones son concretas; ni mía, ni de nadie… pero no puedo sujetarla.
(y no jalo)
Fuego al fuego, que espalda de río no ha de enfriarse por la falta de un beso.

Nunca le escribió palabra, hasta el día que se tuvieron frente a frente.
"Acabo de comprender algunas cosas que me dijiste cuando ayer era tan sólo la pieza de un seno embebido de una infante boca. Un ayer que es menos niño.
Ayer yo era alguien diferente.
No termino sí (fíjate la discordia de esa minúscula ironía) de hacer algo que creo va aliviar una molestia y en lugar de eso, provoca más pesar que el que hubiese querido generar incluso.
Es espantoso doler (pero no terrible).
Que eso afecte el amor que cultivamos por quien nos ama, es imperdonable… pero esa persona nos perdona, no por nuestros pecados, sino porque de otro modo nos sufriríamos a gusto en esos espantos.
El dolor no es terrible, salvo que desconozcas la sensibilidad de tu propia carne.
La duda con desconfianza, la mentira. Creo que me he dirigido con claridad y ahí lo tienes, la resultante es que no.
Mi sentir se cuestiona con profusos surcos de estigmas… ¿Y el entendimiento?, ¿Y el perdón?.
Encontrarse así es irrisorio.
No se trata de un sentimiento de pérdida. Es sentir que un algo se pierde de entre los fragmentos de algo roto.
¿Puede reconstruirse?...
No lo sé.
Espero volver cuando ya no sea tarde.
Dentro y fuera de lo que no será siquiera un recuerdo, no me olvides.
Nunca quise lastimarte.
El amor que llora en un hombre; duele."
Gratitud.
Había superado a su maestro en sus propias artes.
Ahora éste podía permanecer apacible en algún rincón del tiempo de aquellas aguas negras bajo el lecho de su amada, ante el resurgir del hijo, el hombre y su amor, regocijado hasta la bruma... con la cuenca de su nariz sumergida, sin dedos para rascarla.
Feliz.
Sentado en su silla turca; de pie...
y con una sonrisa.

22.8.07

iris cuadrado

De l´homme a la terre d´une délicate et pierreuse femme d´iris carrés.
La umbría de ríos diez veces siete la cordura necesaria para no amarla y una sola para perderla... ella.
Funámbula en las manos ingrávidas sobre el sexo que no es su sexo, en una piel humeante que evita la pestilencia del hombre muerto; el mismo que mata luego de hacerlo perecer en sus senos.
(tirar de la cuerda y ahorcarse a uno mismo)
Dulce de manzana en las falanges y las comisuras... ¿los lames o dejas que los laman?.
Resísteme.
¿Qué diablos es una cuadratura en círculos?.
La cualidad de lo falible. Ser capaces del otro, sin paz.
Iluminada, sus pezones obsidianos destilaban la esencia de un oscuro abismo, un agujero negro, el nutriente interior de las sombras.
No tengo miedo.
No en la tibieza de sus muslos.
Se está quebrando el loto de las mil piedras; ese cual corazón que, sin pétalos, llora.
En la guadaña de la propia carne... porque la carne corta.
Y caen los besos.
Los recogerá una primavera o andarán bordados al empeine de pasos perdidos a voluntad.
¿Qué importa en tanto estén al lado de tus pasos?.
¿Y qué si los pasos son dados con las puntas de mis dedos?.
Por cuanto tu ombligo derroche el fruto que en tu sonrisa se sostiene, prendaré las pasiones, pospondré la ternura, la iniciación de los requiebros, hasta serte intangible.
Permanecerás abierta como el loto de la primera floración en un gibraltar.
No es, no fue y no será.
No sé, no sé, no sé.
En el remanso de tus ojos, queda la forma irresoluble de arrastrar a un hombre hasta la tierra cubierta de los pétalos sobre los que te alzas en puntas de pies... desnudas hojas sobre los pasos detenidos, encontrados, de ambas manos sosteniendo el amor de un amor que se sacrifica, fruto de las heridas, sin ser cazador y mordida.
Muéreme para que sea más fácil creer que no fue más que un sueño.
Entiérrame para al menos sentirte enraizar en los capullos de mis lotos guijarros.
No mires, en lo profundo de mis iris niebla... séme.
Sé.

18.7.07

entrelabios

Despacito muérdeme hasta arrancarlo... despacio, despacio... déjale la cáscara y el sabor a fresa... déjale el sentido de ser una boca obsoleta sin el agua de tu lengua... lento, pausado... que se agite en una respiración eterna y un perfume de licores en el aire...
Cualijera diría que haber mal escrito pude y sin embargo nada hay que retenga tal improperio (devenido de la cosa material fijada y/o amurada).
Eso es un beso.
Que no me dejaste ni flamenco rechazarlo cuando de golpe, tropezón y a tu nombre, me lo zampaste con la anarquía de un quelonio un día de aquellos en que los niños vestimos de fiesta, colores y escuela. Último día de mis días y horas promediadas a la vera de mi cumpleaños, en ese colegio que recuerdo entre viboritas, silencios y diminutas mafias alrededor de un resinoso gomerito, puñetazos, patios enormes y dos críos que a la edad de cinco y seis, ya sentábanse a almorzar con los mayores. Grandes y hondos platos de cerámica repletos de un potaje hecho a base de salsa blanca y espinacas procesadas... deliciosamente horrible. Quien no dejase el plato limpio, perdía su derecho a probar el segundo.
Aquí faltaba siempre un beso y un socorro materno.
Sin soltar la tortuguita -todo lo contrario- no lo pensaste más que en esa duda aquietada al pie de la entrada a de la habitación, un dos pasos, salto y precipitarte encima.
Derribado contra la cama de mis padres, con los brazos a los lados asidos de las muñecas por tus manos, tu boquita quedó tan cerca de la mía que mis labios sintieron los tuyos fruncirse al pegarse y deshacerse en copiosas sonrisas.
Creo que hasta las mejillas se sienten besar en esos casos.
Quedé estupefacto, mudo, morado. Estabas besando a mi propio corazón que de los nervios, se subió por la garganta hasta el descanso del paladar.
Lejos de comprender la perplejidad que me dominaba, sobre la cama, con la mirada al techo, latiendo, mientras te alejabas, apenas y alcancé a enojarme por aquello. Una niña no puede besar a un niño, no es posible, no debe hacerse; ¡Es asqueroso!.
(aún cuando quede una sensación tierna y de entumecimiento agradable en el cuerpo)
Ni siquiera sé si lo recuerdas.
Este es el lado oscuro de los besos.
Como si se hubiese roto la pata de algo, la de ella quedó soldada con pegamento.
El impacto de la caída hizo saltar un poco el esmalte de su cascarón.
(no estabas contenta -pude verlo en tus ojos al mirarme- de saber que era, en cierta forma, un deseo y una despedida que querías llegara nunca)
A veces con un solo beso alcanza para explicarlo, pero hacen falta muchos años para entenderlo.
Tiembla la piel de un café; espumosa se filtra entre los poros del aire, la... en sorbos... recuerdos... añoranzas... infancia... alineando el presente en la palma de la mano la... dos veces ya...
Mientras la espero.
(llega; con él)
¿Acaso yo no me había ido?.
(cada día siento que la amo diferente, no más)
Nunca volvimos a vernos... ¿recuerdas?.
(espero que dónde quiera que estés, sonrías)
(con besos para sus besos, hasta mis ojos la besan dormidos cuando se acerca)
Sigo con el corazón en la boca y ella, la...
Está conmigo.

10.7.07

plegaria de un vudú huérfano

Carraspea el muñequito; hilito de baba, cosido de miel en gotitas, piedras por sangre, flujo errático.
Una secta de golfistas acodados: “Los pequeños godzillas del hoyo nueve”, por esas grialidades de los números, talles y marcas, se encomendaron hallar a su “matías”, este último lejos de ser socorrista o recién nacido, responde a la descripción ya dada.
Traerá la peste y con ella, el frío de su nacimiento hará agujeros fisgones en las congeladas prendas de al menos tres posaderas femeninas que al respirar quedarán indefectiblemente embarazadas entrando en estado de letargo durante la gestación del niño.
Sí, las tres mujeres gestarán a un solo niño... muertas.
La criatura nacerá despedazada nadie sabe cómo... aquí es esencial contar con la miel, las piedras y sobre todo no asustarse.
Si al parir, los vientres rompen fuentes tibios, mas con aliento a vómito, posiblemente una de las cabezas de la madre desde adentro en un arrebato de posesión intente devorar al vástago. Aquí las piedras serán también requeridas, al menos las más grandes, para moler el cráneo de ser necesario. No deben haber dudas; la cabeza debe ser aplastada, molida, o de lo contrario las otras dos también podrían despertar y tres cadáveres sólidos ligados como el cuerpo de una araña, es un enchastre demasiado difícil de limpiar.
El muro que debe erigirse, rodeado de una base acuosa -preferentemente tintas- para confinar el ruego, debe ser adobado con las entrañas lavadas de las madres y las partes óseas de un hombre virgen de edad indistinta; preferentemente el padre del no nato.
Ninguno de los huesos debe estar roto o el niño podría liberarse y la idea es mantenerlo en los límites del muro.
Si naciesen dos criaturas, la que posea los ojos de reamaneceres debe ser sacrificada o, en su defecto, dada a las madres carnívoras antes de pulverizarlas...
-¿Anotaste todo?.-
-Albominable niño´e las paredes, albo de alba, piojo con las tías que te comen crudo, si aparece copia lo hacemos polenta, papá y el huesito dulce, polvo y puré de calavera, monolito corral, agüita tibia, piedras varias, miel y timbre para que se anuncie al llegar... anotado...-
(alzó con urgencia su mano)
-¿Sí?.-
-¿Por qué nos vestimos de mujer?...-
-Porque de alguna forma en el interior también somos mujeres y potenciales recipientes del “matías”.-
-¿Y por qué somos golfistas?.-
-Porque nadie se imaginaría que un grupo de novatos de un deporte de esta naturaleza tiene a cargo una empresa que es la llave para el principio y fin de las eras de la humanidad... y porque siempre es útil tener a mano los hierros.-
-¿Y de veras creen eso del salvador?.-
-Creemos en la plegaria... “Curita asesino de abolengo militar, que bien te quedaba el bigotito pintado con la que no era tu sangre... está llegando nuestro hijo y protector. A tu hora la hora será acaecida. Te alabamos.”-
(santoral inconcluso para una invocación y juicio final)
Una silueta de pronto se fue moviendo por sobre la superficie de la pared. El ruido de un estómago hambriento se hacía cada vez más nítido... una figura limitada por las fuerzas de los huesos se violentaba impotente de estar constreñida a esa jaula en la que sus padres creadores la encerraron.
Extendió la mano estirando la piel del muro, su propia piel, y entregó el libro de Camus... al parecer disfrutó mucho su lectura... comenzaba a helar.
El iniciado notó presuroso que aquel ser estaba excitado, que no podía evitar hundirse en la mirada de su ojo de reamanecer... el asombro de un error que debía ser corregido... antes de que lo notara un golpe seco fracturó su nuca dejándolo paralizado, a merced del apetito abrazo del ser en el muro, quien empezó a degustarlo pacientemente, sonriendo, mientras el dolor lo desgarraba por dentro y lo trozaba por fuera. Todo festín da inicio a un rito, recordó.
Tendido ya a los pies de la plegaria, con el ojo reamanecer restante, observó entre los copos de nieve cómo su mentor era inseminado entre hilos de baba y carraspeos de roca que parecían diluirse entre leches agrias que ardían amamantadas, mientras otros dos esperaban su turno... la voz que se escuchaba tras la pared le pareció la suya; no tenía ni labios, ni lengua para oficiar de orador y sin embargo podía escucharla apagándose, goteando guijarros de miel... por un instante en toda esa atrocidad, sintió una profunda calma; fue feliz en ese escenario.
Matías, había sido un buen caddie.

30.6.07

me beloved one / ice tea killer

Como quien conjura una maldición en el lomo de una mariposa negra te helarás hasta resquebrajarte; ya de amor, ya de su sequedad.
Los hechizos, para asegurar su buen uso, se perpetúan agrupados en voces, seres cuya tarea es la de ser libros, páginas de los brujos.
Su memoria y sangre guarda la magia que hoy, incapaces de leer, tampoco escuchamos.
Ausencia.
A ciegas, en el trance apopéglico de manos mudas, tocarte.
Quiero.
Una lágrima de sudor corre por dentro.
Entierro los dedos en las huellas de la carne; digito a la sombra de una voz que no me es propia, pero me habita.
Este será un invierno corto y de copos emergentes.
Corsarios de un cuello sin camisa.
Alguien.
Quedarme con tu aroma.
[...]
[rodeado]
[una ronda para todo el mundo...]
[endentro de ti]
[...]
¿Y qué ocurre cuando la inspiración no se nos va sino que se nos quita?
¿Qué se quita ella, él, a voluntad?.
Sí; si fuese enteramente nuestra sería un cadáver.
Hiver.
El primero aconteció en doce días.
Perpleja alumbrera que olvida es ella la que traza su propio sendero. Y es ese también en el que posa su luz aunque no sea ella quien la transite.
Estos son los caminos que hacemos para que lleguen hasta nosotros.
[y repite]

23.6.07

penpentié

[coquetería]
Espolvorear las mejillas donde falta la nariz con azúcar impalpable.
Nunca tortita negra.
[prostituta]
Labios corcho quemado.
Beso apátrida.
[mazamorrera]
Cortito y al pie fandangueaba al postrado contrapaso de un andar fantasma.
[muletas]
Anexos de la vida.
[espejismo]
Gajitos de agua bajo la axila que un mocho intenta lamerse para quitarse esa sensación granulada de gelatina al sol mal preparada.
[manantial]
Salivarme de tu boca con la lengua-mano y mojar mi olfato.
[entrepierna]
Debajo, detrás, casi escondido, se asomaba un absoluto.
Podía decirse que era una mujer mucho muy hermosa; para ser un hombre.
[retractación]
La crisis de los pingüinos de este siglo, es que saben a conciencia que su solución de la moda, se estancó.
[tragedia]
Intentar escribir con una bombilla.
Peor aún; sorber la tinta del bolígrafo y degustarlo azul sonriente.
Dentada lucecita boliviana.
Capital de tu geografía.
[mapa]
Capitán de tus mareas.
Junco batido con corbata.
Así hablaba del amor un chino en castellano.
[cariño]
Con tres colitas y sin quijada, podía morder a la usanza de un diablito.
[tenedor]
Tenme esto...
[continuidad]
Alternancia entre lo escrito a posteriori de algo escrito anteriorimenti y qui si lii in isti momenti omitiendo el uso de la vocal sandwich.
Masturbarse sin que nadie lo note.
[invertebrado]
Blanda la cabeza, dormía apilando libros cual almohadas.
al despertar, leídos, los acomodaba en estantes. Uno a uno, reemplazaba los embebidos por otros con las páginas en blanco.
Sueños escurridos entre sueños.
Uno a uno; nunca se tapaba.
[friolento]
A fuego lento, para remover los pelos de la piel, la piel de la carne, la carne y grasa de los huesos.
Limpios los huesos, tallarlos hasta hacerlos cascabel.
[poema]
El aplauso aplasta al aire.
[koto]
Estado de reconciliación y tormenta.
Mercantilismo a cuerda.
[instrumento]
Triste lengua legumbre, apagada, que serpentea siendo sin ser rastrera, resbaladiza, por los alambrados de una escama grisácea y enmohecida.
[piedra]
Lo que hace la diferencia de la tripa al resto.
[cuerpo]
Estructura cablegráfica destinada al consumo de elementos primarios y secundarios para su nutrición y subsistencia.
Eso sí; la universidad es para los pobres, piensa con veinticinco centavos entre la pelusa y el bolsillo.
[sabiduría]
Lágrima alojada en la oreja.
(porque las orejas también lloran)
[semilla]
Y el frío amor de una pizza desconsolada.
[olivas]
Me apena que tu ombligo así de solito se plante triste por querer ser redondo, pellizcado y sencillo, cuando es tan bonito rozar sus cuatro esquinas con el compás de una yema labio.
[irregularidad]
Pendularia no tenía senos, tampoco sentíase hombre.
Un día lo supo -era un ave- al enterrarse de cabeza desde un quinto piso.
Tenía que volver al cascarón o...
[machita]
Madre, no llores.
Muerto estoy.
Cubridme de polen para que las flores no se asusten.
[procurar]
En puntitas de pie para no despertarla, pateó su vientre como si fuese un hormiguero.
Cientos de miles de hormigas brotaron encolerizadas, con la consistencia de lo que parecía y no era un bebé moribundo.
Cada uno de sus poros mordíanse inquietos con sus pinzas.
Sus ojos de hormigas sin embargo, no se inquietaban al dormirse.
[herencia]
¡Córtalos!.
Tomó la tijera y destrenzó sus labios por la mitad vertical.
Era la primera vez que alguien le hacía tan feliz.
[plenitud]
Facturar libre de impuestos.
Si son de dulce de leche o crema pastelera, mejor.
[utopía]
Que el placer sea plausible, un planeta.
Y no saber que lo sea.
Palparlo desde el principio y hasta su destrucción.
[calambres]
Conectar el equivocado con ventosas y plumones...
[apagón]
Mañana por la mañana, lloverá sin parar.
Y tuvo razón, llovió sin parar.
Lo que sí; tampoco volvió a hacerse de mañana.
[tinieblas]
Siempre creyó que el turquesa -distante en trilladas concepciones turcas- era una tonalidad de rojo; como un vino rayado.
Sin embargo no bebía.
[afónico]
Hablaba del otro para referirse a su manera de hablar, y repetía lo contrario queriendo decir lo mismo sin oponer variables.
[descreer]
El amor es para cojos, despachaba inyecto ya de confidencia, ya porque el bobo bombeábale a la mitad.
[celotes]
Dos ombligos tenía en lugar de pezones.
Gestado por tres madres, durante toda su vida, una decidió abortarlo.
Nunca aprendió a atarse.
Que poca raíz ofrece la humanidad bonsai.
[contención]
Cuando los sentimientos está como un cienpiés en escalera caracol.
Tocó levemente el cárdeno tegumento glandular y la sintió estremecerse.
La globosa partitura reactiva de su ser se endurecía entre el pulgar e índice que le latían con diminutas presiones.
Al palpar la erección, hundió uno de los dedos contra el pezón...
[erotismo]
Párpados violines de violines párpados de violines.
Tragicomedia para un solo de cello.
[sin fin]
Alburquerque bonachón y campante, tenerla a tal por alegría.
[renuencia]
Moríame; y se movía como el espíritu de una vela, capataz de una consecuencia injusta de una clase de ortografía nunca recuperada.
Explicar en tercera persona, lo que le había la misma asestado, le moría cual candela seria e incapaz de encenderse.
Fenecía profunda, como cualquier Mariana ordinaria.
Algo similar ocurre cuando le toca calzarse a Nora.
[empatía]
Albóndiga de hombre picado con especias, deshechos y cropitos de topos.
[croto]
Solicitarle a un Oberto que no responde, torear por la parte no cerrada de su sapiencia y que escuche el viento principal del cuarteto sin que piense en una grosería seguida de carcajada.
[obertoire]
A la cosa previa un telegrama.
Homos en sus sedas de negro cigarrillo. Lápida empírica y frenesí filosófico.
De seis en sangre y abrazo mixto, susurrando los humos de su pasión.
Confesión de un secreto vox populi.
Como hombre la mujer no es más que un intento fallido... Un homosexual la construcción ideal.
[duda]
Minifré y el desvirtuar a besos la perfección.
[astucia]
Saber cuándo irse sin llegar.

22.6.07

dueña de esos ojos

Trás la trinchera de lo que parece ser un diminuto orificio, y es lo que nunca vemos al otro lado de un botón, la vida descansa sus frutos mientras, canino, un transeunte perro hace que no se percata de las caravanas de helechos que lo saludan bañados con el sol.
¿Te sorprende?
¿Qué ocurrirá entonces cuando descubras el corazón de un árbol vibrando a cielo abierto?.


La misma emoción que sintieron las manos del abuelo al tenerla en brazos.
Cachorro terrón de mujer.

De este lado de los agujeros; que perro se vuelve uno ante las caricias de un helecho, atrincheradas en los frutos de su árbol corazón.
Que quien ve y no se ve, halle al amor tomándole las manos.

a C.S.F.
(gracias Charol)

19.6.07

continuidad

Deshoje.
Dos ojitos nariz redonda y una pera monroe sin trincheras.
A esa hora pasajera libre de miedos con un centavo calavera para salir del infierno lo lanzó tanto tan lejos de su travesía morfológica como le fue posible hasta enterrarlo desde el trazo filoso en el borde de la ranura que los nervios respondían a la carne cuando insertada, la moneda ardía mientras todo la rodeaba y era ella quien giraba a cara o cruz sin que nunca la llamaran cristiana.
Pureza.
A esas horas en que la mirada se cierra tras engullir y masticar los ojos de los relojes, también se toman prisioneros a los ángeles que desean la muerte estrangulándose unos a otros con alambres de púas. Carceleros de sus temores, cada quien asila a un ángel dentro.
Nariz redonda en un par de tetas que huelen a ombligos gemelos rodeados de un finito cálculo, por lo flaco y sapo de su condición; la misma cuya falta de ingesta, le abrirán para alimentarle consigo mismo, aunque con ello no acabe de explicar cómo llegar al mismo resultado de la hora mordida o la pasajera arribada y sin destino.
Cualquiera sean las horas, lo inesperado acontece con distorsionada precisión horrorosa, librándonos al mal que cada cual es capaz de engendrar hasta detener las agujas justo en las coordenadas cenitales de una gota de sangre..
Los números, sintómatas de lo inabarcable, lo saben; por eso se esconden.
¿Qué hora tienes?.
Ahora pregúntatelo con aquellas que nunca más tendrás, de aquellas que te arrepientas, que supiste te arrepentirías... que lamentas.
Ahora lame las que te quedan y no te alarmes.
Virtud es ignorarse de vez en cuando en un lapso que la sabiduría se confunde tras cortinas, como un acto de estupidez.
Un primer acto.
Como quien se guía con segunderos de flor hasta que la redundancia se atora hasta inmovilizarse.
Lo detienes -no importa por dónde- pero lo detienes.
¿En qué momento todo se aquieta a voluntad?.
Cuando lo sueltas... ¿Cuándo lo sueltas?.
A esas horas que se apagan bostezando entre lagañas, suspensos latentes. La nariz redonda y la nariz puntuda en escuadra de siete espíritus lo presagian puntuales.
Nada se detiene, aún cuando se detenga.
Cualquier percusivo coqueteo y pretensión es la pantomima de un universo al cual ninguno pertenece.
Por mucho que creerlo se quiera hacer amar. No deja de ser amado y por mucho menos se lo olvida.
Nadie es imprescindible.
Pero sin ti, esta vida es simplemente un engranaje del tiempo.
Sé mi partida y llegada; el mecanismo de mi piel al sentirte con el amanecer.
Aunque las mañanas se hagan noctámbulas en nuestros pasos.
Despierta conmigo.
Detenme. Tropieza.
Para cualquier noche de pesadillas cuyo final se acerque con cegueras de un cielo despejado, dispuesto a atentar contra el mayor de mis miedos y con el cual le haré frente, estaré.
Acompáñame a estarte en lo que dure un para siempre.
Duerme.
Que yo guardaré la moneda calavera, al carcelero ángel que llevas dentro.