27.11.07

boxx+ballerina

Desplumaba azúcares con el puntilleo de un dentado metal barrilito, un golpeteo de cucharita en guata y una mirada de irises cuadrados que se despintaban con la ausencia de un café negro que olía como su corazón cuando esas palabras se lo fueron fisurando prontas y sin pocos... sí; grandes y redondos irises cuadrados.

[cuatro, cero, dos, siete...]
Qué cuenta haría en su corazón para una aritmética que jamás, nunca, pero bajo ningún lecho ni techo de ciprés y lluvia, concordaría con la letras de su alfabeto.
Ella era en el mejor de los sentidos, una bestia.
Descansarla con la educación adecuada era una pamplonería inútil que tampoco con pobres plumosas mordidas, despertaría.
Despertar su astucia con el cuerdo credo coscorrón de un ósculo embebido en zarcillos y polvo de tiza no suministraban menos aburrimiento y pesadez en los párpados que a sus alípedes tobillos ganas de patalear.
Tal vez el bostezo de bigotes carbón fue lo que alarmó el fuego en su epiléptico temblor pupilar; o verticales arcoiris tubulares... en plena noche.
La dama señorial la halló embotellada, desprotegida, entre canales de ríos heridos y besos sucios. La cobijó como a un amante. Por un instante fue su hombre; así sintió sus hóspitos brazos al rodearla para ayudarle a levantarse.
Su boca cerca del oído la alimentaba. El roce accidental de los labios en el lóbulo recogió el dulce escozor de su piel en las piernas.
La cadena de sus huesos vivificados provocaron una sinapsis de mayor presión en el abrazo. Pareció desmayarse, pero sobre su vientre, una mano afable y tibia la levitó hasta dragar el veneno de su respiración.
Su hambre abrevaba de cuerpo mientras a cada paso, sus tejidos iban recobrando su integridad. Mas las heridas aún sangraban.
Lavada, vendada, rendida en sueño; despertó.
¿Quién había sido?.
El aroma de los granos molidos, el agua caliente vertida la invitaron a seguir despertando, pero el tirón en su espalda detuvo su ímpetu con un sufrido vaivén de arco ladeado.
Entonces la vio entrar y detenerse al pie de la puerta con un bizcocho en la boca. Medio bizcocho fuera. La boca se movió despacio y el bizcocho fue torciéndose a un costado mientras todo el rostro se sonreía.
Sentada, miró con reojos rubores a la dama.
Llevó su mano a la panza y sintió el temblor del sueño de la que no era su mano.
El alboseñor de la dama, sin demostrar descuido por el bizcocho, se acercó, palpó su frente, le balbuceó fonemas y migajas intraducibles, y se sentó a su lado.
Se miraron fijo.
Ninguna se preguntaba nada.
Ambas se preguntaban si la otra se preguntaba algo.
Era el amanecer de un aturdimiento comprensible, pero que no le incomodaba.
Sus zapatillas estaban cerca de las patitas de la mesita de noche.
Se preguntó qué diferencia hacía una mesita de noche a una de día y se sonrío. La dama escuchó su graciosa respiración y acabó de comerse el bizcocho con agrado. Se levantó, rodeó la cama y salió al balcón donde estaba dispuesto el desayuno.
Ya distendida, siguió a la dama.
Aquel hombre era un caballero, era la primera vez que la trataban con tanto respeto y cariño... y ese caballero no era un hombre ordinario; era una dama.
Identificó su asiento por la cajita de madera que estaba encima. Su cajita.
La tomó apremiada y apuntó una mirada desconfiada a su salvadora anfitriona quien le sonreía al tiempo que se servía una taza de café fresco y escogía otro bizcocho.
Cuatro corderos y una loba, dijo antes de hundir el bizcocho y enjugarlo en su boca con el sabor de la noche.
La caja no había sido abierta. La caja no contenía nada de valor más que para ella. Para cualquier otro estaba vacía.
Escuchó el borbotear del café en su taza. Posó la caja a un lado de la mesa y tomó tres bizcochos. El primero lo llevó a su apetito de un bocado y sostuvo esperando su turno a los otros dos con sus dedos mayor, índice y pulgar de cada mano, mientras con los bordes de sus palmas alzaba la taza sorbiendo el café a marejadas.
La dama rió...
Nunca llegaron a conocerse. Esa mañana no habría de ser suficiente para ninguna.
El beso de la dama en la despedida no fue furtivo y triste.
Verla partir desde el balcón donde hicieron el amor con café y bizcochos, llevando su caja, reconfortó su corazón.
Era ya parte de un algo más de la dama que no sospechaba. Confiaba. Ya no era más libre que el contenido de su caja.
Podía quedarse en ese placentero refugio, o salir.
Hubo una vez que -buscando asilo en la hostilidad de un resguardo insomne- acabó por ser acorralada de sus más feroces miedos. Y así exteriorizada de pasiones, nunca llego a tener pesadillas... nunca llegó a tener sueños.
Esta vez salió; de sí misma.
Para ser libre, para encontrarse con ella siguiendo el rastro que la lluvia deja en los cálculos de aquello que dista de sus matemáticas y formula legible en ese abrazo amoroso de la mujer a la que le hablaba en una lengua sin más alfabeto que el amparo de las caricias.
Mojó su boca con la llovizna, la oreja, el lecho y la carne de su amada bajo aquel primigenio ciprés.
La devoró.
Su cabello olía a café y bizcochos.
Y se sentó desnuda, ahí, entre los huesos y el aroma del sexo, inapetente... esperando que vuelva.
El hombre que repare en su error de ortografía.

Su hombre.

16.11.07

babek & elle

Por un simple y no mísero error consonántico, todo parecido con la realidad... puramente lo es a menos que se quiera considerar remotamente lo contrario.

Era una cazadora nata. Eso creía. Que la carne del hombre es débil, que cede no ante el apetito, sino al manjar que se postre ante sus afiladas babas.
Y estaba sola.
Ya por encargo, por decisión, insatisfacción, nadie había podido completarla. Sus estándares y exigencias en ocasiones desbordaban el oriente de la sensatez, la filosofía de lo posible al punto de acabar con lo utópico.
Aún intentándolo incansablemente, con ahínco, muchos perecieron en su empresa por conquistarla perdidos en los laberintos de sus solos ojos.
Así de perturbadora y atrapante era su mirada.
No por nada la fiera era cazadora. Además, ¿Por qué el minotauro no podía converger en gracia con la florida túnica de una mujer y su anatomía?... el diablo la tiene.
Siguió el camino de la tormenta a ojos cerrados; guiábase por el aroma de las gotas por caer, la presión del aire, el resoplido de los vientos a más de diez mil pies de altura, las pequeñas sensaciones que los cambios de temperatura provocaban en las imperfecciones de su piel...
¿No te enamorarías de una mujer así... aún siendo tú una mujer?.
La solidez de su andar sobre el mismo gris que el cielo, desataban una resonancia peculiar en sus efímeros verdes zapatos de taco largo y hierba. La astucia de sus tobillos trasluciéndose por el cuarto menguante de un guiño en sus medias de leche, quebrando sus rodillas, torneando los muslos hasta la inflexión del propio corazón ajeno que colapsa como mordido por un rocío; como si toda ella de pronto se precipitara desplazando el aire con las caderas y en un perfumado coletazo de falda rosada desarmonizar delicada y subrepticia las mareas de nuestros tropiezos y sorpresas... no usaba ropa interior.
Es algo antinatural, sostenía segura de sí reprendiendo su uso con mímica.
¿Acaso no te volverías mujer para enamorarte de ella tal y como una mujer lo haría?.
Entró como siempre lo hacía; de lado, como si fuese a pasar a través de un angosto pasillo no mucho más ancho que un abrazo o una cuerda anudada para una horca.
Mano izquierda en picaporte, pie derecho al frente lateral; medio giro, empujar la puerta con inclinación propicia para la apertura, peso del cuerpo hacia la pierna de apoyo, pierna opuesta con pie opuesto sin despegarlo del suelo reptando centrípetamente en línea recta con dirección tobillo-tobillo, rótula-rótula; cabeza al frente; repetir, no rotar, re-pe-tir, tres veces hasta dar paso al intercalado de mano asida a la manija de la puerta con el fin de cerrarla y quedar... en teoría no debería haber cerrado y quedado adentro (si era lo que imaginabas) por lo cual (como no habrás imaginado ya que sus cálculos la dejaban a su sentir, incluso fuera de la comprensión de este mundo) se arremangaba la falda hasta dejar entrever -no así entrever su breve y volcánica furia- el amanecer de su meridiano entre dos damascos lo suficiente tersos, firmes, contraídos por el enojo, como para anochecerlo en un parpadeo al internarse irritada tal y como todo el mundo lo hace; sin importar que alguien estuviese saliéndose de sus ojos o saliendo por la puerta.
[continuará...]
Proseguiré... pensaba a destiempo, enfrentada a las espaldas de lo que había estado siendo su destino, bufando al sonoro chispeo de sus tacos, resoplando enfado a agujas de impaciencia, como si le hubiesen jugado una pródiga broma a ella que, si algo, si una virtud y cualidad la definían, era por sobre cualquiera a quien le pisara las espaldas: digna, respetuosa y humilde...
(matemáticamente einsteiniana)
(definitivamente una criatura para aframbuesarse la boca)
Ingresar primero a un establecimiento es un arte o un artilugio para escapistas. Huir de ella sin embargo... nadie ha vivido para contar tan colosal empresa. Tales genialidades están reservadas para aquellos quienes no... y sí... nadie los sabe.
Y hete aquí la razón del andar rabioso de una mujer que no sabe bien por qué está enfadada.
(triste, la primavera, festeja el gracioso humor de la naturaleza malnaciéndola con sonrisas; si una respuesta hallarás en la vida, es que no tiene explicaciones)
Buenos, días. ¿Qué va a--
Si algo faltaba para la perplejidad de una fortuna con moño de mar, era propinarle un pespunte en el entrecejo al bueno, al siempre bueno que nos turba, que no nos respira un dejo de paciencia para indagar sobre lo que no nos importa por mucho que quiera sernos útil.
De usted nada de nada. Quiero a mi mesero de costumbre. Llámelo y lárguese de aquí. Vamos, ¿qué espera?... Deje de respirar mi aire que no es gratis, fush, fush.
El cliente siempre tiene la razón. Con recelo el mesero alejose en busca del dichoso colega de labores masticando algunas palabrotas entre muecas remitidas a la mismísima madre de la dama.
Como quien viaja de regreso arrastrando el polvo de un amanecer de diez vidas exhaustas, el gerente del local seguido por el indeseado mesero con paso corto y resbaladizo, se inclinó al llegar donde la dama y a modo de cortés y cordial reverencia, postrose presentándole ciertas excusas apropósito de la ausencia del destino al cual ella apelaba.
Señora mía, sabrá vuestra merced disculpar los atropellos del infortunio, mas la persona cuya presencia solicitáis, no ha de presentarse a sus tareas en este día, debido a un acto enteramente volitivo sobre el cual no ha querido ilustrarnos, amparándose en su legítimo derecho de privacidad, puesto que trátase ni más ni menos de asuntos concernientes entera y estrictamente a su esfera particular, los cuales milady con sabiduría tendrá a bien dispensar.
(nadie en su sano juicio debe nunca, jamás, concluir consuelo con cálida sonrisa)
La índole cualidad importole un bledo a la dama en cuestión, al acompañar la buena nueva con un bofetón en respuesta a la insolencia impoluta de conjugar esos fonemas dentro de una misma idea con semejante descuido y desobediencia las cuales sólo podían provenir de un gerente malicioso, vengativo y desquiciado.
¡Estúpido!. ¡No acepto ultraje de tal magnitud!. La otra cara del gerente no vio venir la ambidiestra destreza para fabricar estrellas al explosivo impacto de tan finísimos dedos... parecían látigos.
(nadie había osado nombrarla "señora" al inicio de un coloquio y permanecer ileso)
De acuerdo... volveré mañana, esgrimió algo más ordenada y reconstituída en sus cabales.
La espina del gerente se contrajo en armonía con su rostro contraído, sus cejas crispadas, su frente compungida contra el borde de sus manos ofreciendo una plegaria; o queriendo tal vez simular el deseo de abrirse en dos la cabeza para aliviar su alma.
La honda respiración de una paz ansiada, no se consigue respirando.
Mañana tampoco ha de venir, lo siento.
Que altiva osadía para el opresor la hallarse impotente, sin presa a la que oprimir, debido que a la presa en cuestión, se le ocurre reparar en su libertad decidiendo prescindir de ocupar el lugar que le corresponde.
Ante esas dichosas contingencias, no queda más que seguir adelante.
Volveré pues al siguiente. La voz le temblaba con desagradable premonición.
Creo que no he sido del todo explícito... La persona que busca ha decidido momentáneamente rescindir sus funciones en el establecimiento. Si gusta puedo ofre--
El cristal de la entrada no soportó el eco que tras la sombra de su demoníaca tesitura -a las tintes de un velo de aire hirviente- dilató su estructura inflándolo hasta alcanzar una temperatura de cero absoluto.
Contraído el ejercicio de todo acto y pensamiento racional, no faltó el curioso que desatento a esas alertas que se deforman en el transcurso de una fracción de segundo desacelerándolo hasta inmovilizarlo, estiró el dedo índice rasgando levemente aquél inorgánico tegumento.
Sintió el híbrido palpoliperoma de una brisa fresca y el aliento de una voz que mientras se alejaba, se avecinaba como un estruendo... para cuando quieres salir primero, no te salvas al último de las esporas de una implosión sombría en los añicos de una mujer vuelta lágrimas de fuego.
Optó entonces, con los escombros de sus traspiés tras de sí, buscarle incansablemente.
Así pues, detuvo su marcha, tomó asiento sobre sus innominados huesos, cerró los ojos conteniendo las llamaradas y emprendió su persec-- interrumpida por una caída de bruces.
Se busca a veces invocando ser encontrado.
(los años pasados, son simples y tácitos testigos del proceso)
Dentro de sus ojos era de noche, pero podía verlo con claridad. Era él. Caído de bruces. Al fin se topaban, pero... ¿Qué diablos hace una mujer sentada en medio de un andén de subterráneo sujetando las piernas de un hombre por los tobillos, provocando que este se precipite sin remedio?.
Eso... haciendo cosas de diablos.
(la ecuación del triángulo de eva aplícase a ambos géneros)
Los beneficios de tener un somero conocimiento de la persona adorada, validan cualquier obrar inconsciente para con la misma.
Si alguien ignoraba por completo esa ley junto con la flexibilidad del espacio-tiempo; sin duda era ella.
(¿o qué crees que sucede cuando te es desconocido tu propio potencial?)
Eso... y que te vas con gusto al infierno.
Abrió sus ojos.
(...su impar pares de ojos)
El tercero, enrojecido de mejilla a mejilla no tenía dudas; era por donde se la viese, la misma adorable, nefasta y sonriente criatura que-- ¡Oiga, fíjese por dónde cami... ¿Usted?, Hacía tiempo que no le veía. Que sorpresa toparnos en estas bocas de laberintos. Quiero decir, como cuántas posibilidades hay de encontrarse con alguien. Estadísticamente el número ínfimo, casi imposible podría decirse. ¿Y qué anda haciendo por aquí Usted? ¡Que tonta, mire lo que le pregunto, es obvio que va a viajar. Quiero decir; medio de transporte público, andén, Usted, yo... ¿Y utiliza este medio a menudo?. Antes que lo olvide. Quiero sí volver a reiterarle es que debe ser más cuidadoso cuando camina. Pudo haberme pisado una mano o peor, trastabillar y lastimarse sin motivo alguno... (sonrisa) pero que agradable acontecimiento hallarlo así cómo quien no quiere la cosa en un lugar tan poco común para hacer sociales, ¿no?. No me diga, sé lo que está pensando. No hace falta que se disculpe por su accionar negligente. Se le nota en la cara que es un caballero. Lo sé porque me considero a mi misma toda una dama y no es por alardear, pero nada de eso importa. El verlo después de tantos años me es suficiente para perdonarlo... ¿Y a dónde se dirige?, no es que me interese, es simple curiosidad. Quiero decir, ¿No le da a usted también curiosidad?, sé que sí, se le nota en la mirada. ¿No siente que hace demasiado calor aquí?, quiero decir, hace calor, suele hacer calor generalmente aquí, pero habría quien diría que abrieron una puerta para que entrase una corriente de aliento del mismísimo corazón del sol. ¿Puede sentirla?... Lo noto algo pensativo... ¿En qué piensa?.
En lo que todos; pero no con tres ojos cerrados. La diferencia con él, era que él-- Aquí viene el subte. ¿Notó que viajamos para el mismo lado?. ¿Y adónde me dijo que se dirigía?, ¡Ah, no me diga!, deje que adivine durante el trayecto. A lo mejor desciende en la siguiente estación o en la misma que yo. Eso me daría gracia, pero me brindaría mucha alegría, ¿a Usted no?.
El ya estaba dentro del vagón y las puertas se estaban cerrando. Achinando los ojos y sonriéndole, la miró como quien se despide habiendo enfrentado y sobrevivido a un fatal destino...
El suelo sobre el taco derecho, se fue quebrando; la flexión de la pierna y la postura de aceleración no dieron crédito a los que al día siguiente jurarían haber visto un rayo brotando de la tierra para trasladarse -siendo su propio puente y dejando una estela de partículas de luz- dentro de un carro de subterráneo.
Fenómenos así no aparecen todo el tiempo, y hay que reconocer que personas que ven relámpagos en túneles u hombres con tres órbitas, que creen en fantasmas y teletransportación, son fenómenos...
El impulso del salto hacia adentro con giro de cadera le permitió alcanzar con el filo de uno de sus codos, la amortiguación intercostal de él, quien no emitió el menor signo de debilidad.
Para ella su codo es el equivalente a una mirada de reojo. Más lo enterraba, más sutil la percepción por el rabillo del ojo.
En el vagón había espacio suficiente para cada viajante. Sin embargo los hay quienes rara vez descubrimos como una infatigable presencia que ocupa un lugar y ejerce su derecho a ocuparlo, reduciéndonos a limitaciones casi fóbicas.
Disculpe que le esté incomodando, pero hay demasiado aire.
El nada decía.
La presa no habla cuando el desconcierto se va apoderando de sí.
Y no estaba desconcertado. Estaba como agua que bebe el diablo.
Viajaron en silencio hasta el final del recorrido. Al bajar, ella se dirigió a la escalera mecánica. El no, pero llegó antes a la superficie.
Ella llegó a divisar el rastro de un soplo de su figura ya fuera del rango de los cinco sentidos.
Irritada emprendió una marcha cada vez más rápida, cada vez más candente... como si ella de pronto se convirtiese en las fauces abiertas del corazón del mismo sol.
La resonancia de su voz se mezclaba con el remolino de fuego que se despertaba en las paredes del túnel.
Cuándo salió a la calle sintió la vista cegada y al alzar la vista... el cielo estaba por entero cub--
¡Grandísimo idiota!. ¿Quién se cree que es?. ¿Cree que yo lo estoy disfrutando, eh?. ¿Con qué derecho se desaparece, deja su empleo?. ¿Tiene idea de lo que es estar a la deriva durante años, buscando una respuesta?, ¿Buscándolo?... es un... usted es... (lagrimeando) ¡Muy malo!.
Antes de que pudiese llamarlo "tonto", abstrajo su presencia. La fue desvaneciendo. Primero algunas palabras sueltas, luego oraciones, pestañas, uñas, ademanes, tonos, colores.
Redujo su estrategia a la de no percatarse de su existencia. No contaba con que ella estuviese al tanto de eso y reparase en cada detalle, postura, inflexión, respiración y palpitaciones suyas.
Estudia a tu presa para adelantarte a su próximo movimiento, y se paciente.
Que una espera sea efímera es una cosa, pero aquello era inconcebible. Justo cuando estaba por decirle que era un "tonto" habiendo ido ha por él, habiendo logrado dar con su paradero; él, ¿No estaba?.
Una obscenidad desarticulada, incomprensible y delante de sus propias narices.
Estaba tan cegada que no dio cuenta en su análisis que era él quien se desapareció con la misma mirada y sonrisa que tenía en el vagón del subte.
Todo sonido se detuvo. Nunca antes el aire estuvo tan presionado, con tan poco espacio para moverse y desplazar objetos en el.
Maldito, maldito, maldito, maldito, maldito, maldito, maldito, maldito... ¿Cuánto pueden morderse las palabras antes de que sang-- ¡¡¡CONDENADO MALNACIDO HIJO DE TU PUTA MADRE!!!.
Deja hablar a tu enemigo para conocerle, o encapríchate con él hasta el disgusto de sus naranjas amargas. Si las prefieres dulces, ¿para qué comer las cáscaras?.
(¿quién es el amargo portador de tus naranjas?)
¿Evidente?.
Las evidencias de una lengua indómita desterraban el postulado de que: Una dama es una dama, siempre y cuando sea una dama.
Escuchado hubieras sus palabras, para endulzarte como lo hicieron aquellas órbitas humedecidas de embrutecimiento y cólera.
Sí; él lloró mientras se evaporaba.
Cubitos de lágrimas era el único rastro al que podía aferrarse. Un finísimo trazo de sal descompuesto en secuencia hacia ningún lugar aparente; ¿evidencia suficiente?.
Sabía que se acercaba a él cuanto más sentía en la salinidad del sendero el aroma de las naranjas. Rogaba que el viento no soplara ni trajera tormentas.
El agua que nos cultiva también nos confunde.
Rastrear y seguir los pasos de la presa hasta su madriguera requiere de una completa concentración en el entorno. La más diminuta alteración del mismo, es esencial.
El rastro de sal acabó en una alcantarilla.
La caminata es en este punto tan errática que explicitarla sería sacrilegio. Así pues, por disposición de los doctos, para evitar convertirla en dogma, abriremos un capítulo oscuro para aquellos que se sientan iluminados bajo cualquier luz recomendable para una buena lectura que puede no paladearles con deleite.
Nadie es tan inhumano como para abrirse hacia dentro desde el ombligo y enterrarse los puñados de sal recogidos en el camino. Nadie es tan inhumano como para pisarse con aguijones en los talones y hervir cada huella cauterizando la carne y la sal en un constante e irritable dolor.
Nadie es tan humano para despojarse de sus superficies y artificios para permitirse abrirse al sufrimiento con la sabiduría de quien acepta no conocer por entero sus miedos, pero los reconoce y consuela ignorando el más grande de sus miedos; dejar de ser. Facultad carnal que se siente con la perdida de lo que incluso nos es impropio.
Nadie es tan necio para decirlo más no sea con las palabras de un niño.
Los necios callan; y se arrastran.
¿De qué sales están hechas tus lágrimas cuando te distingues ante ti mismo como un ser despojado de todo bien y todo mal para nutrir el mal y el bien de un otro?.
Enteramente somos parciales; tanto como la parte incondicional de quien nos completa.
La punta de su zapato derecho ennegreció de tantas patadas que no dejó de vejar contra la reja del desagüe.
¡De pronto, lo vio venir!... no, no era él... pero se le parecía.
Sentada en el cordón, mirando encaprichada y silenciosa la punta sucia de su calzado, permaneció allí.
Ya no tenía ideas.
Y entonces quedó atrapada.
El eco de un latido con su nombre la llevó hasta él, quien permaneció estupefacto, impávido y sosteniendo la llave de la puerta de su apartamento inmóvil, al observarla materializarse delante suyo; algo que a ella también la tuvo perpleja... estaba recogida en sus cuclillas tomándose los tobillos.
Algo tenía esa mujer de capullo y peligro.
No estoy loca, no estoy loca, no estoy loca. Alzó la mirada y lo capturó. No es que esté loca, sabe... ¡No estoy loca!.
Disculpe, pero tengo que-- Con permiso. Intentó estirar la mano asida a la llave, pero un vientre salino se interpuso delante del cerrojo.
Esta vez no.
Cuando la presa quiere respuestas, ¿qué le hace pensar que es el cazador quien puede dárselas?.
Hace años que estoy buscándolo.
Ese no es mi problema, señora.
Un relámpago centelleó contra el pasillo. La puerta empezó a dilatarse, pero antes de que el puño pudiese atizarse sobre uno de los pómulos; él detuvo el golpe con la palma de una mano fantasma. Sin detenerse, sin prisa, realizó una torsión en la muñeca de ella. El puño eclosionó cediendo a la corriente, no pudiendo acto seguido, evitar rotar sobre sí hasta quedar de espaldas y a merced de un leve empujón que la descentró desplazándola en cuatro pases a las sales de una incierta certeza; ¿qué era lo que acababa de ocurrir?.
Quería entenderlo. Creí que lo conocía.
Un cazador acorrala a su presa sin interponerse.
De verdad lo siento. Creo no ser el indicado para ayudarla. Lo lamento. Confesó antes de cerrar la puerta.
Ella prefirió no mirarlo mientras le escuchaba.
Mentiroso... susurró cuando el pestillo de la puerta chispeó acompañado por el giro del cerrojo.
Un cazador conserva la calma en todo momento, para que el tiro de gracia sea implacablemente efectivo.
El descuido es perderse en el juego de uno mismo.
Irguiéndose con los brazos colgando a los lados, se acomodó frente a la puerta. Esbozó una sonrisa mordida de labio y rabia. Alzó una de sus cejas y divisó gacha la ubicación precisa de él al otro lado.
Entonces empezó a dar imperceptibles pataditas con la punta de su zapato izquierdo en la puerta. Su sonrisa crecía.
La puerta no temblaba; pero el corazón...
Su corazón se agitaba. No pudo evitar caer de rodillas ante aquella punción en el pecho.
Si hay una condición humana que nunca debe darse por sentada, es la impredecibilidad.
Justamente por no ser humana.
Exclusividad.
No hallaba opciones, el constante picoteo en su interior mortificaban cualquier pensamiento tendiente a solucionar el estado de herida larvaria al cual sentíase sometido retorciéndose. Su sangre comenzaba a asfixiarse.
De pronto se detuvo.
La punta de su pie temblaba. No era que quisiera-- pero lo-- lo... se detuvo.
Sabía que lo estaba matando.
Aquí la destreza del cazador vale cero. Se vuelve cazado.
Ambos eran.
¡Váyase por favor!. Suplicó vomitando un jadeo que presionaba desapacible el pecho desgarrado.
¡No!. Y pateó con fuerza la puerta.
El silencio tras el desplome de él la hizo palidecer.
Su voz ahogada volvió a pedirle que se retirara, que siguiera su vida.
Quiero saber... dijo con la voz algo temblorosa, tierna.
Usted no quiere saber. De saber no querría aceptar y, de aceptar, entonces se encargaría de negarlo. Así es mejor. Sabernos sería algo inusitado. No quiera saber. Confórmese con lo que no quiere y viva tranquila. Ya es demasiado tarde para empezar.
No se trataba del presuroso conejo y Alicia. Aquí estaban involucrados diseños y arquitecturas que pendían de hilos estructurales. Nada que pudiese haber en libros u hombrecillos predestinados a la carbonización del hombre y su prevalecía en la evolución.
Rara vez se desnaturaliza uno hasta conservar una paz que le ciega al punto de permitirle formular las preguntas correctas... afirmándolas, con cierta falta de cordura.

¡Ni que tuvieses a la ciudad de Nueva York bajo la pileta de su lavadero!.

(a la materia, las leyes en ciertas situaciones le otorgan el beneficio de la desobediencia)
En el sombrío instante de un parpadear, una mano surcó el tejido de la puerta y tomándola de la muñeca que torciera, la engulló hacia adentro.
Mientras le hablaba con cierto enojo comprensivo, se dejaba llevar distraída. Tanto que no se percató que las puntas de sus zapatos ni siquiera rozaban el suelo.Hicieron unos metros por el pasillo que a cada paso se tornaba más y más frío, pero... ¿por qué se tardaba tanto?, ¿cuándo se tornó tan largo?. El aliento tibio de su boca no pudo evitar elevarse. Unas bombillas de baja energía colgaban intermitentes de un cable y, al hallarse imbuidas por las pequeñas nubes de los jadeos del andar, estremecieron sus pequeños vientres, se movieron alertadas y fueron retrayéndose en espiral a la vez que se apagaban... hicieron un descanso en la cocina. Sin soltarla llenó con agua dos grandes vasos. La botella no era más grande que un frasco de mermelada.
Los vasos rebozaban de un líquido fresco que ayudaron a aplacar la ansiedad del arrebato hace un instante cometido.
Ella estaba por preguntarle, cuando a poco de que su boca adoptara una corta probóscide de ojos empalagados, él retomó la marcha arrastrándola consigo.
Te preguntas cómo una botella tan pequeña podía llenar dos vasos más grandes que ella. Eso sería lo irresoluble e inquietante; pero no era eso, sino que no tenía base para ser contenedora y sin embargo, estirando el cuello para dar un último vistazo panorámico a la cocina, pudo apreciar una taza de café, respirando... con una cucharita en fijo equilibrio vertical justo en su epicentro.
El andar se aligeró, pero las palabras de advertencia y calidez no cesaban.
Poco a poco fue acercándose más a él, escalonadamente escalándolo, tomándole cada vez más y más el brazo con una sonrisa desenfadada, ansiada por años.
Estaba recibiendo las respuestas que quería.
El paso se cortó de súbito delante del patio.
El lavadero estaba unos metros adelante. Podía saberse por el reflejo de una luz que... provenía justo desde abajo de la pileta.
Ahí está... y emitiendo un leve cabeceo a modo de apuntar en una dirección aparentemente inhóspita, señaló ante ella una respuesta sobrecogedora... inverosímil, fraudulenta, falaz...
Usted no va a decirme que allí abajo está... ¿Cree que soy extremo idiota?. Trucos, todos trucos. Mire si voy a caer en la estúpida idea que allí est-- e invitándola a cerciorarse, se acercó despacio para que ella constatara el truco que la dejó atónita.
Allí estaba; la "Gran Manzana" en una réplica a escala, exacta a la original.
Sólo que...
Se equivoca. No es una réplica.
Incrédula y con la sagacidad que la caracteriza para ver equilibristas en tazones de café con leche, agudizó su atención a los detalles de la liliputiense citadela; el bullicio vehicular, el cielo nocturno, Manhattan, los rascacielos con sus ventanitas aleatoriamente encendidas y apagadas con puntillosa delicadeza; era una maravilla edilicia, deleite para el arrebato y-- triunfal, apunto directo al corazón de la bestia rehuidiza, sembró la gracia sobre la desdicha de las ruinas de inaudibles latidos, escombros, erguidos en dos infinitas estelas de millones de corpúsculos. Dirigió la punta del índice de su filosa lengua a lo que respuesta lógica no tiene.
¿Y el once de septiembre?... Interrogó reconfortada de haber descubierto la farsa de aquella pequeña pantomima. ¿Qué dice de eso, eh, eh?.
La mirada de él se embarazó con cárdenos pétalos pasionarios. Ella había descubierto una falla en su artimaña, un equívoco en esa diminuta puesta en escena y, si bien no esperaba que nada pasible de hacerla recapacitar opacara su glorioso festejo en su sentir faltaba una pieza y esa mañana le pidieron de favor cuidarla. Aceptó de buen grado. Llamó al trabajo solicitando permiso para tomarse el día libre. Expuso los motivos sin guardar reparo y al respecto, pidió estricta reserva. Así fue como unos minutos después, unos pocos minutos después de prepararse la merienda y calentar una mamadera... perdió de vista sus pasos. Sus primeros pasos de culito en pecho estilo patito por cuenta propia... Tenía en las manos unos avioncitos de papel que arrojó con todo y puño de dios en cielo contra... bueno; lo demás sería irreparable, un nunca para siempre...
Nunca una mirada se transmutó tan velozmente de la sorpresa a la atonía mortuoria como la que tienes ante el espíritu desescondido de quienes se ignoran a sí mismos obreros de la construcción, shivas, pilotos de avión descalzos... o la sobrina piel de una bípeda urbe escurridiza y juguetona.
Nunca un beso consoló una vergüenza sumida en miles de almas que parecían apaciguarse en lo que a la distancia era simplemente el recuerdo de un juego.
Porque dios, no sólo delega; también es niño, sabes. Afirmó en los silencios que quedan entre labio y labio.
Las respuestas que habían desafiado toda razón, estaban ahí. Donde siempre suelen estar y menos las imaginamos.
(bajo un lavabo insospechado; o un corazón que se decide ir con quien nos deja)

Condensadas en el brillo de ella y la que no es su letra, en el sonrojado bies de un beso que había liberado la muñeca y acariciaba su vivaz mejilla, Babel extendió desde y por entre la sombra de la palma de su mano sobre la de ella, esas palabras que adquirieron la incipiente forma de una semilla dormida, esencia de cenizas rojas, arcilla, pureza e impredecible descifrar... imperio de las orquídeas.
[cognición de lo inacabado]
[tiende tu mano cazadora]
[no la sueltes]

Meravigliosa creatura, purretita, con su propio agitar de un océano coral collar de dioses en sus ojos tierra; incluso cuando los tuyos, permanecen cerrados. Incluso entonces, flor y llanto; se abre.

Magdala...