prisionero de... chapoteaba en los arrozales apenitas penas desorbitando la superficie.
¡Mírame a los ojos, dime que no me amas!...
Contrario a desenlaces preconcebidos, él no había quitado la mirada de sus ojos... pero los gritos, eran puro silencio.
Para y por el inicio de lo que amar fue u haya sido, no encuentres dirección; déjate llevar... no quieras que el viejo amor despierte; no te verá con los mismos ojos de niño... y un niño es la criatura más cruenta del instinto cuando le hieren el amor... incluso aquel amor que él mismo a herido.
(shhh... estar en ningún lugar es como hacer del universo una isla)
Damé... ushuu... ushuu...
En la corteza de la más antigua araucaria yace una leyenda escrita desde la tierra alrededor del tronco hasta lo alto del árbol, cubriendo cada rama, mientras en el copioso follaje del mismo, sentado, balanceando los piececitos en el aire cual duende de las flores, pajarito-hombre llora arroces, arrocitos, sembrando una bruma dulce y dolida de pasiones.
Que bajo ese árbol dicen siempre cae un rocío que entibia las narices de los ushuues. Algunos lo atribuyen al pajarito-hombre; otros, soplando latidos, memorias, al suyo cajita-corazón resollando damés migrados en el nombre de un impronunciable--
Libre de ella, libre de él, deambula cual sombra de arcoiris que emerge sin lluvias, un hombre con pajaritos en el estómago, lleno de males, entendiendo por anidar el miedo de hacerse de narices en el ushuu de un brote que, besado en el vacío deande dormía su amor; amor duela y renazca con el tejido de aquello carente de ser abarcado en palabras, tendido en el fin sino de la piel humeante -sin piel- amalgamada en la noche de un terruño sueño, un beso boca... y un olvidarse de cuánto uno ha sido, dejar de ser... libre de sí, de ella, de él... para estarse bajo el árbol, sonreír, acariciar la bruma tan viva como el suelo que los arrozales respiran, y llevarse el último palpitar del que ya no es su corazón ni el de ella... leer las primeras palabras en derredor de la araucaria y asirlas sabias, despacito, una a una antes de desaparecer... antes que desaparezcan...
(shhh... mientras van desapareciendo)
[meruhen]
[canción prosa para el entretener sapos propicientes, adorables viejecitas picaronas, resoplar narices hasta desperezar pañuelos, quedarse hecho pala y enterrar huesitos de pasión en colchón de flores y cenizas]
Tantos finales, que se convertirá en olvido el recordarnos.
Volviéndose sin más rumbo que las huellas de los relámpagos, la dejó vuelta retoño, consigo en sí...
Anidada en el sonrojo de un corazón confeso, llego a los oídos de una victoria el susurro de un ungüento llovido de todo poema que se lava cuando se acercan al pecho las hojas en las que llora escrito.
Vencido por el mullido borde de mis plumas en tu boca callada...
Como si se fueran a encelar los tomates por un par de pajaritos que echan chispas de cuanto anhelo tienen las chispas por ser tomates...
A pardo animal pajarito de sólo dos colmillos, dejole sembrado, ensombrecido, de dejo y dejado, pajarita azabache a lo largo de un tendido de hilos telegráficos.
Queriéndola asir con sus alas, verla, el plumífero manifestó su deseo, mas la susodicha entre plumones accedió de modo ninguno por asuntos más o menos burocráticos de esos que atañen al alma, las firmas y a algún que otro demonio como testigo.
Cuando vencido por el miedo, el amor se cuece hasta resquebrajarse.
Intentando ser comprensivo (cuando en sus cuencas, grutas del despojo, el flagelo, el vapor, deambula admirando con sonrisas tejidas, suturadas, la cresa dormida en los manantiales de su vientre) nuestro pequeño emplumado acató respuesta y pedido, bajo la condición de entablar verbos en pocos días para anidar en las ramitas del otro con el fin de buscar sentires, asientos, sentídotos, que permitiéranles juntos remediar esos plumajes ornitorrincos que empopan los ojos y cabecean las jorobas...
Cuando tullido el beso, el amor a sí mismo se devora.
A veces sucede que la muerte se adelanta. Esto suele acaecer cuando a la muy degollada se le adelanta el reloj contrariamente a los cambios de calendario.
Sucediose pues que el pajarito, al canto del encuentro, amaneció hecho desayuno de algún desquiciado boquifloja devenido en hambre y apocalipsis.
Comunicado a su nido, aves más allegadas y otroras, la cosa de ir piquito a piquito con el pajarito, habíase hecho kaput; la claridad con que la pajarita se lo anunció al último y más interesado de la especie, lo extinguió...
Sépase que los pajaritos hablan kaput como ninguna otra especie.
Desde entonces cada cual migró hacia sus entrañas.
La pajarita cambió de nido durante un verano y el pajarito se perdió vaya a saber el propio pajarito dónde.
Fueron pasando esas horas, días, meses y años que los humanos ciñen por su carencia para leer el cielo...
Cuánta vez que el pajarito sobrevolaba lugares compartidos con la pajarita, sentía que se le tumbaba el pecho hasta vaciársele en una seguidilla de latidos contraídos unos dentro de otros; como si la pajarita a la que le había sido suyo, que había sido suya, estuviese cerca.
El primer interesado en morir para que el amor sufra menos, es su dueño.
Esto de las sensaciones, percepciones y presencias es algo que el pajarito no alcanzó a comprender más allá de los chakras de sus manos. Hay quienes creen que no lo alcanzó a comprender hasta el otoño...
Y llegó el otoño del que penden las sustancias de la ironía.
Lejos de vomitarse plumas y restos de comida, devolverse sin más que simplementes, ciertas ramitas y enseres personales que del otro cada uno se debía.
Uno sin mayores exigencias que el deseo de verse. Otro sin mayores exigencias que demandar se le fueran devueltas sus pertenencias.
(el pajarito en su egoísmo de reemplazar vacío por humo, tabaco, alcohol y sexo, no podía menos que sentirse menos, receloso y porque no, con la voluntad de ser la hoz del pecado que lo condujese tanto más al abismo que ese corroído amor al que seguía aferrándose)
Y llegó el otoño con restos de amor hecho jirones y hurón agarrado con las patitas en el cuello; mordiendo y desgarrando fuerte para no precipitarse con las sacudidas estacionales.
Cuando hurón, ante la duda de si se finge muerto, al amor es mejor rematarlo.
Intentando pues vuelos más, vuelos menos, de no saber ni ser sabido de y por la pajarita, decidió saberla como quien envía una paloma mensajera. Hete aquí la ironía del pajarraco que no tiene sino palomas a la espera.
Que bien, ella contestó sin demora agregando con la sensibilidad que hace de un buitre una noble criatura concebida a su talla, y que: si era posible le dijera el pajarito cuándo podría devolverle sus ramitas...
Irritado, irirritado, despescuezado, poco irritose muy el pajarito puesto que esperaba un desplume de tal eficacia espolónica para la incomunicación que con lo que cual harto el acabose, decidió -polenta consigo en sus plurales- ir hasta los mismos hilos del inicio de estas desventuras carnívoras para apalabrar a la pajarita.
Cuerda al cuello desde la raíz a lo más insospechado de sus hojas... (o arbolito idiota que se cree pájaro)
Pajarito, nervioso y torpe, temblaba cual pichón con alas rotas, como atenebrado, como enamorado, como con pajaritos en la panza... pajarito imbécil... buitre... hurón maldito.
Contraer obligaciones de un contrato ya terminado es de pajaritos no abogados. Conferido y confirmado lugar, apéndice, agujas y minuteros al bigote, aseguró el pajarito con puercoespines perforando su garganta que (a pedido de la pajarita vaya a saber por qué pajarotas razones) no estaría presente en anatomía y que de estar, no iba a estar asomando ni el pico, ni el copete, aún de reiteradas el pajarito su disentimiento para efectuar este ochoso trueque de darydí, ya que esperaba verla al menos una última vez a lo que por última vez la pajarita contestole de modo tal como si fuese él, pardillo de alumbro quebradizo, quien tínia en su sentir algún asunto teñido, pendiente de ironías, irresoluto... (¡salud!)
Mucho a pesar que el pajarito contestó ante eso algo seco y con sonrisa desinteresada que comprendía, que estaba bien, que era cierto, lo mordía; a él -como si él tuviese género- hasta dejarlo sin latir... lo que algunos llaman causas naturales.
La espera ávida de los ungüentos que no alcanzan a enfermar el soñarla; tampoco sanan.
Pensaba aviarmente en los Yaestá el pajarito, caminantes de lo pasado que dejan surcos en los senderos del espíritu recitando las penas de las vidas que no les son propias como si lo fueran, arrojando pétalos de aquellas alegrías que a las penas les fueron y arrojando a la voz de ¡Salud!, todos esos pétalos de flores y sus espinas, en la cara de esas vidas...
“Yaestá yaestá, zambita zamba de su sonrisa ensueño que parda se amerita en el codo umbral de la mía y repica chinche, minuto, encabritada, al hablar por boca, cardíaca, como caramelo de miel pura se gusta mejor si la miel es amarga; si es la anarquía del tango de sus sonrisas.
Prístino, paso el cuerpo donde el monarca de las mariposas deposita su sonrisa desde la copa de un árbol al que le crujen las ramas cuando todo resquemor se funde en el bosquejo de las cortezas que acarician la piel y respiran junto a manos con cuerdas en las muñecas danzando en los desvelos de un contraluz celino; pájara sonrisa para un buda, roce de sexo con ropas interpuestas, patadas en el flanco escotado donde se acovachan las desazones de las esferas por tener al menos un solo rostro, más no sea de luto de hinchados senos llorosos e ignorancia que duerme al espíritu rascando la sien que no, no sé, no es claro, no sé es, claro que, pero percibe el entorno en la absoluta oscuridad de un ombligo sembrado en el beso ajeno; de quién sabe el beso y quién sabe a que sabe el beso, ella y solo el beso lo saben, puesto que nadie puede besar su propio ombligo por mucho que intente ajustarlo en armonía y concordancia con el corde, con la sombra sin figura de un ser desnudo de calamidad, traición y veneno de bondades presupuestas al momento de jalar el gatillo y el equilibrio perdido entre un fondo de botella y una pausa- -
[la mujer que amo de cuando fuiste la mujer que amo]
- -madrugadas de sonrisas; el capricho de nuestro cariño por permanecernos despiertos, respirarnos, reírnos, llorarnos... ¿recuerdas las perlas irregulares?. No hay machito que no las llore sin evocarlas... conteniendo con sus besos el humedecido miedo palpitándole en las fauces de un estrecho pedacho del univercho confinado al germinar de un grano de arroz... sus labios acariciando gentiles los párpados de un corazón invierno, deshojado en las mejillas de su boca, latieron tanto que morir sabiéndose amado... nos hace sernos uno con el bien y el mal... La mujer que amo me duele. En ese último beso que recuerdo no haberle dado, todo acabó.
[remorse]
Porque la he dolido con aquello que amaba y ahora todo yo soy el negro corazón de ese pequeño músculo... si el dolor no entra; sigue empujando.
[no existen los besos a medias]
Una nota pie de carne en puño; soplo mudo y frío, observarla a través de una ventana por una ventana en una habitación cerrada; y que me presientas sin saberme.
Un corazón puede ser el ataúd más pequeño que pueda contenernos. Un cuello que te muerda a orillas de un árbol de arroz, meumarie repetía... Yaestá yaestá, los arroces no crecen el los árboles... pero en ella crecían.
(el amor para una bella pasiflora apasionada)
...una luz loba.
(hasta el cuerpo nota su ausencia)
...pero no te fijes en su pie.
[ella sabe que pienso en el suicidio]
Leía a través de una ventana mientras su doble pecho de temor curvaba la rodilla cuerda de una doble piel poema donde la ecuación del tú se resolverá llorando semillas, sin prisa, hasta que un día, uno cualquiera, florezca pasionaria la dama de sí, de suya, de su y de suyo el amor de sí, con la lectura interrumpida de las palabras que nunca tendremos a las barbas de la pluma y el papel, en ese vació previo a la chispa incriminatoria de la tinta, todo lo que no será escrito y no alcanza a nacer, se consumirá en todos y cada uno de esos instantes; irrepetiblemente hasta que la habilidad de controlar el tiempo negativo oscurezca la marginalidad de ese momento dando muerte a uno de esos instantes...
[a continuación, lo que leerás es uno de sus cadáveres...]
Sin ti, amor; me curas...”
[la mujer que ya no eres; que ya no amo]
Citando poética y no muy textualmente los sonidos de la pajarita, sabía el pajarito que ella tenía las razones fundadas en las rimas de algún Yaestá que aprende a hablar y esas son sin dejar de serlo nunca, sus pocas últimas palabras.
En la incertidumbre de esos seres diminutos que salen de la boca con aguijones, lo cierto es que el pajarito sentía -sin mucha lógica- algo pendulando en la sinuosidad de su entrecejo; le apenó que ella silbando pétalos, no reparase en ella... y haciéndose bollito fue repitiéndose, repitiéndola para sus adentros: Yaestá... yaestá... yapasó.
Y cualquier día llegó...
El otoño contra la pared, no era capaz de sostener el lomo del pajarito que se desmenuzaba hermosamente.
Todo lo que tenía que suceder, sucedió como había sido pactado. La pajarita fue en busca de sus ramitas. El pajarito sólo alcanzó a verle el bies de sus espaldas, pero sólo eso bastó para que el corazón se le muriera adentro y, dentro, así muerto, latiera con furia. Una furia sutil, ardiente, que lloraba una vida para el pajarito ajena.
Quería irse lejos muy lejos; tal vez con ella, pero no. El pajarito no lo puede asegurar bien ya que se perdió de sí mismo en ese instante. Estuvo y no estuvo ahí...
Si una vida deja de estar súbitamente mientras la vemos; sí, es un fantasma.
¿Y entonces qué?...
Tanta insistencia con el resolver y revólveres a punta de la devolución de las ramitancias pertinentes que, extrañamente, aunque no tan extraño como inflar los ganglios con bichos no más largos que un minuto, fue la mismísima pajarita que dispusiera el intercambio, quien olvidó llevar la única ramita que del pajarito en su poder tenía... ¿extraño no?. No tanto como los bichitos-minuto cuando se hacen hora en punto de porrazo alrededor de la laringe para convertirse en Cof Cofs.
(hay para quienes es lo más normal del mundo dentro de lo extraño)
Con una saeta de fuego negro, puso el pajarito al tanto del hecho, a lo que la pajarita habiendo pedido mil disculpas no más que una vez de novecientas noventa y nueve, contestó que en las siguientes veinticuatro o cuarenta y ocho horas (los pájaros no escriben cifras) lo llevaría a la misma hora y lugar sin falta, pero nada mencionó acerca de la presencia u ausencia del pajarito ni este hizo alusión a esto último. Sin embargo ámparose en la creencia del tácito presupuesto por el cual se adscribe que: “Para las partes contratantes rigen las mismas normas del primer contrato que entre ambas se haya celebrado”, suponiendo así que para la pajarita debía manejarse el asunto bajo la misma normativa con la que se operó en el comienzo.
Por ello éste no hizo caso omiso al respecto, decidiendo pues que llegada la hora-bicho de ambos días posibles (no abordaremos las penumbras de un bicho-hora al eclosionar en día porque no hay relojería que soporte tales presiones de escarabajos adentrados en deseos de hidalguía antigua), emplearía la más dúctil de sus artes; no se aparecería. Con esto evitaría de ese modo inconmociones, incomodidades... y el evitar.
Aún lejos de ser un espectáculo, cuando el amor es un asiento, tanto mejor si está en primera fila.
Y llegó el día (pese a no darse ni en veinticuatro ni en cuarenta y ocho horas, la teoría -poco sustentada- explica que a ciertos días les place repetirse; cosa del hacer provecho dicen quienes barajan estas ideas con tenedor y cuchillo en mano correteando escarabajos día para engullirlos con sus ganglios faltos de bichitos tiempo para los quehaceres de su vida).
Horas pasaron pies que pasaron bocas, rostros, voces, que pasaron rodillas sobre muslos, codos, hombros que boquearon en los labios, se rasgaron en las comisuras se hicieron mueca, sonrisa, deshecho, paso, vértebra en un orificio bucal osificado, esperando y así esperando, así laboriosa y pespuntantemente, continuó solo en su ritual el timbre, señalando con su pezón la llegada de alguien y alguien más que pasaba mientras seguía paciente aguardando la llegada de alguien más, más no fuera llegase una hora con pies pasando hasta lo inesperado... lo inesperado (ese llega siempre sin aviso).
En la cabeza del pajarito debía tratarse de un polluelo. Quien debía abrir la puerta, había ido a servir semillas e infusiones de gusanos a otras crías antes de ir a acicalarse un poco el plumaje. Doña Envenida en Plumeros, patrona de canarios y aves de menor tamaño, quiere a veces que la querencia se haga pasto en el sollozo de la tierra. Dice ella que al soñarnos bajo el rocío las tormentas que nos acosan, nos acechan, siguen siendo tormentas, pero mansas a nuestros designios.
Loca de amor, la divinidad que pierde control sobre su sentir a lo terreno, se vuelve humana... por eso somos un poco dios.
Fue pues el pajarito quien dirigiose a la puerta y... algo en el pecho se le hizo giro y... al girar la manija algo en su pecho se hizo pestillo y... algo se abrió de golpe en los ojos de ese ensombrecido vacío desde donde parpadeaba el que había sido su corazón y... en su corazón... no el suyo... no sabemos bien... la pajarita se sorprendió.
Mientras en un tanto más que una fracción del primer recuerdo que el pajarito tenía de ella, el pajarito mismo sintiose resucitar tantas veces en ese instante, que se sonrió de estar vivo para estar ahí en ese momento y recordarlo abrazándose a su propia muerte... en los ojos de ella.
(y la muerte al ver a uno de los dos de mejor semblante, resolvió quedarse para acompañarlo un rato más hasta el fin de sus días)
[la eternidad es un problema cuando la muerte te abandona]
Se saludaron como suelen hacerlo las aves entre hielos, entre los romanos, entre túneles que hasta ese punto suelen ser desconocidos, agitando un poco la tensión de los hombros de sus dedos, hinchando el esternón para sus adentros, apagando pluma por pluma toda luz, calor y barro de sus nidos, hablando un poco a lo bobo-pájaro de la situación que los tenía entre perplejos, moribundos y escurriendo tenebrosas pulpas vivas de las yemas de sus extremidades...
[la eternidad a veces es tan corta]
Ganas de querer, de platicar un poco sin medida, sólo un poco más con ella, tuvo no y tuvo. La presintió aliviada, tal vez una sensación de tormento que no era tal; tal vez algo que pululaba como una sombra temerosa en su corazón... que lentamente se fue soplando.
Ella estaba bellísima; casi humana. El estaba desalineado; como casi siempre.
[los dichos del pajarito entiéndanse tajantes y literales como cuando se sacude uno la cola al encapricharse]
Hablaron de escenarios del hogar y se despidieron con una espera cuyo entre durante de llegar, el pajarito preguntó si es que había leído unas notas, unos recortes, pedacitos del alma en líneas de tinta a puño para ella, a lo que respondió que...
Desplumado de ternura y gotitas de un llanto dulce que le recorría por dentro, el pajarito no obtuvo otra respuesta más que esa. Igual respuesta a la que tuvo un día antes llorando por afuera de sus ojitos como llorando las patadas de una vida recién nacida que le estaba nutriendo en un abrazo tibio.
Se había ido; para siempre. Y el condenado pajarito que en todo ese precioso momento seguía perdido desde el primer momento que la muerte tapó sus ojos... y él, torpe, juguetón, inocente, intentando adivinarla.
Hace ya tantas lunas de estas desventuras que en las más inusuales confesiones, el pajarito de cuando en cuando recordaba una última pieza que aún restaba bajo la promesa de ser escrita, pero de ocurrir si es que ocurre, entre músicas de ramas y cantos, será un final posible o no será ningún final se diría (o se diría que así se dijo el pajarito). Y claro está, no como las terminaciones bruscas y mamíferas como el de estas historias pergeñadas y aburridamente predecibles.
Maldito Shakespeare, pensaría en la bruma el pajarito mucho después de haberla... En el encuentro de los amantes... imbécil.
[saber a un amor desconocido y sin sabor, es saber también que en uno algo ha perecido]
...de haberla dejado en blanco.
[la mordida más pura de un escritor]
Si bueno, si malo, es algo eso que acontece cuando una pajarita menos lo espere y cuando un pajarito a mucho de volver de dónde anda disfrutando estar perdido, regrese, habiéndose hecho tomates de los propios retazos de las plumas de su infantil y sereno corazón que, capaz de destilar la pieza más brutal de las tripas de su precipicio... las hace parte de su.
[con la paciencia de cosechar arroz grano por grano; ¿cuánto puedes ver dentro de ti antes de concluir el recorrido?]
En lo sombrío de una sonrisa, el pajarito hombre arbolece.
No quiero dormir, no quiero despertar... no quiero dónde.
Noches de llantos pechos y requiebros perlas, parpadeando de ella llenidos y con un miedo bestial que mastica el sinrazón... que me amara.
[tú en tu solo botón pétalo]
Curiosa heredera, dirás que el karma no es cosa de lobos.
Una lágrima niña recorriendo la mejilla de una lágrima meditabunda, anárquica; no se resiste.
Simplemente quiere no caer hasta echar alas.
Curiosa heredera;
mi dedo en el medio arco de la hendidura contracorde y fruta con botón de vino, en los corales de sus leches.
Cuando el amor es como palmear un cubo de brisas de rocío, hazte de las agüitas en las que te mezcas;
que para echarle sal a la herida, si no quema, tu carne es dulce o usaste azúcares.
¿Puedes culparla?.
En sus ojos el horror de ningún amanecer después de mañana... juntos... la alivia.
Duele menos de lo que mi corazón podría.
Podría...
La esencia de un ser violento. No un monstruo.
Y aún podría...
(no estoy loco... no lo estoy)
¿Importaría si te lastimara?.
¿Me importaría?.
(¿piensas que me molestaría en responder a eso cuando conoces la respuesta?)
(piensas demasiado)
El pulso del lado brillante de una nota con la forma de una sola lágrima;
el corazón negro de una perla que veré nunca ensordecer en tu voz.
El sombrío fin de una almohada oscura, se ilumina.
No estar ahí, y ahora...
ahora desatados, nos volvemos mareas.
Abrazando memorias enterradas, ella se hace mudanza de capullo.
Ser las cenizas sobre las que se reposa.
(el amor, prevalece)
En cualquier geometría capaz de hacer y deshacer la vida de sonrisas pena y llantos alegría.
Con los ojos piel, bordarnos para no vernos, soñar.
[felicidad]
Recibirla con los brazos abiertos al llegar... aunque se trate de la partida.
Así es como se deja de quererte nunca y sin saberlo, amor.
Que cuando sean tus pasos tristes, te halles al viento de un susurro erke entre los araucarios mantos de un traer abrigo de las últimas palabras originarias al daté de tus ushuues... y tus pájaros.
chapotea, desnudos los pies, en los arrozales... libre de.