“Beirut... el niño llora al ver cómo queman la bandera... símbolo del imperialismo de occidente... su llanto está seco y frío... mordiendo una bala fabricada en un país vecino cual chupete, duerme entre los escombros de sus padres... ¿quién le explica que ya está muerto cuando él sólo quiere tener de vuelta su cobija?...”
Eran unas notas viejas, pero nadie más lo sabía.
El acto más noble, es a veces el más estúpido; y el orgullo en ambos casos, obsoleto.
Por la rotación y presión de las revoluciones; la cucharita del café propiamente dicha -a saber, la parte con la pancita hacia fuera- se codeaba acogotada por el mango sostenido con la evolución de dos dedos incapaces de desabotonar las palabras correctas sobre los pechos que levemente temblaban tras la blusa que ya no estaba. No por desunda, sino porque el cuerpo que contenía se marchó luego de dejar un dinero a cuenta de lo consumido.
No es estadística que en cada vagón de tren siempre hay una mujer hermosa. Incluso si esa mujer es el lado femenino y oculto del maquinista del último tren del día, sin pasajeros...
¿Sería la amargura de estar enfrentado a las ruinas arrastradas por corrientes y callaos de aromas apagados?. ¿Sería la gravidez de Seu Jorge en la guerra de un planeta sangre?... no.
Podrían haber sido tus ojos de sandía lo que llamó mi atención, o la dama en fuga; pero fue el arte para saber cuándo desahogarte.
En ese instante la cucharita perdió su útero para siempre.
Calma. Ellas suelen querer ser entendidas y cuando detectan que uno lo está haciendo; escapan. Claro, en el proceso algo se pierde, ya sea de ellas o nuestro.
Y dicho esto descorrió una falsa pierna que no dejaba de golpetear con un bastón que desde el inicio de su discurso, sostenía por la base del mango.
Sí, son unas verdaderas ilusionistas...
Como en ningún momento alcé la cabeza para verlo, opté por ignorarlo.
¡Eh!... y empujando con la punta de su bastón la mesa, mi codo trastabilló desorientado del susto .
Ellas no son buenas para nosotros, mas son el único veneno con el que contamos... dijo rechinando los molares y respirando vapores por su hocico redondo.
Un ojo, una pierna y mi honor... susurró articulando con sólo sus labios.
No quería saber, no quería preguntarle. Lo único que deseaba era otra cucharita para revolverme en esa torcida mesa...
Cerdo Qiú desde su concepción fue caballero. De estirpe y abolengo, su vida había sido ejemplar hasta ese fatídico día en que montado en su faisán dio hasta donde una gran muralla que lindaba con el gran bosque de avellanos de la región.
Respetado y querido por todos, era muy solicitado a la hora de dar consejos de cuánta materia cubriera el interés humano. En las romanzas del amor, las mujeres endulzaban su boca al nombrarlo; no tenían más que elogios y perlas para el alma, sexo, baños de barro y destrezas amorosas de tan aguerrido estratega. Cariñosamente se lo conocía como El Duque de Porcelana, ya por su virtud y delicadeza, ya por su condición de porcino que, a falta de opacarlo, lo enaltecía. Pero aquello... aquello gestado con resentimiento e insatisfacción, no podía más que ser obra de una mala hembra.
Una ofensa de tal magnitud, vista por todo el que transitara por aquél camino, era imperdonable al tiempo que una deshonra para el Sir caballero.
Una inmundicia. Para colmo de males, una sonata de estridencias perturbaba mis ánimos en tan penosa situación.
Al otro lado del muro podían escucharse los cortejos de cuchillas cortando piel, carne y huesos vivos. Nimio sufrimiento para lo que el noble señor, hundido de rodillas, entre lágrimas, pezuñas, maldiciones y desconsuelo, estaba pasando.
Tal tormento no es deseable ni para el propio enemigo... y sabía bien que no había sido ninguno de ellos a quienes consideraba ante todo, hombres de honor y buenas letras.
Sin dudas era obra del género... como las llamaba para descalificarlas.
Abordado por la cólera, bañado por el sol del atardecer a sus espaldas, intentó desgarrar a coro de furias aquel estigma de la roca a fuerza de sí mismo.
Ese día lo perdí todo. Toda mi vida por un capricho. Ya no podía volver a ver a los ojos a mi prometida, a mi familia; a nadie. Ser victimizado, ferido así manera, torna el universo de las razones un infierno.
Al continuar describiendo el entorno del lugar y gruñendo los quejidos ajenos, noté que Cerdo Qiú, no había reparado que las voces al otro lado, eran las de sus congéneres. Un matadero del cual me confesó haber probado las mejores piezas de jamón con un suave ahumado y sabor de avellanas.
Tú, has salido ileso. Lo demás no importa... ella no importa... ninguna de ellas importa... yo sé de lo que hablo...
(en la boca sólo le faltaba una manzana)
Aún hoy esos tres pilares de malevolencia retumban dentro mío. Ninguna ofensa que exprese tal sentir, es digna de un corazón que en gracia la manifieste... malditas perras... ellas y sus hirientes ironías... escribir algo semejante...
Zamazra acaba de cumplir seis años (le regalamos una alcancía para guardar lo que no sea dinero) y es el hermano mayor de dos gemelas de año y medio.
La espina y la guatita.