Despacito muérdeme hasta arrancarlo... despacio, despacio... déjale la cáscara y el sabor a fresa... déjale el sentido de ser una boca obsoleta sin el agua de tu lengua... lento, pausado... que se agite en una respiración eterna y un perfume de licores en el aire...
Cualijera diría que haber mal escrito pude y sin embargo nada hay que retenga tal improperio (devenido de la cosa material fijada y/o amurada).
Eso es un beso.
Que no me dejaste ni flamenco rechazarlo cuando de golpe, tropezón y a tu nombre, me lo zampaste con la anarquía de un quelonio un día de aquellos en que los niños vestimos de fiesta, colores y escuela. Último día de mis días y horas promediadas a la vera de mi cumpleaños, en ese colegio que recuerdo entre viboritas, silencios y diminutas mafias alrededor de un resinoso gomerito, puñetazos, patios enormes y dos críos que a la edad de cinco y seis, ya sentábanse a almorzar con los mayores. Grandes y hondos platos de cerámica repletos de un potaje hecho a base de salsa blanca y espinacas procesadas... deliciosamente horrible. Quien no dejase el plato limpio, perdía su derecho a probar el segundo.
Aquí faltaba siempre un beso y un socorro materno.
Sin soltar la tortuguita -todo lo contrario- no lo pensaste más que en esa duda aquietada al pie de la entrada a de la habitación, un dos pasos, salto y precipitarte encima.
Derribado contra la cama de mis padres, con los brazos a los lados asidos de las muñecas por tus manos, tu boquita quedó tan cerca de la mía que mis labios sintieron los tuyos fruncirse al pegarse y deshacerse en copiosas sonrisas.
Creo que hasta las mejillas se sienten besar en esos casos.
Quedé estupefacto, mudo, morado. Estabas besando a mi propio corazón que de los nervios, se subió por la garganta hasta el descanso del paladar.
Lejos de comprender la perplejidad que me dominaba, sobre la cama, con la mirada al techo, latiendo, mientras te alejabas, apenas y alcancé a enojarme por aquello. Una niña no puede besar a un niño, no es posible, no debe hacerse; ¡Es asqueroso!.
(aún cuando quede una sensación tierna y de entumecimiento agradable en el cuerpo)
Ni siquiera sé si lo recuerdas.
Este es el lado oscuro de los besos.
Eso es un beso.
Que no me dejaste ni flamenco rechazarlo cuando de golpe, tropezón y a tu nombre, me lo zampaste con la anarquía de un quelonio un día de aquellos en que los niños vestimos de fiesta, colores y escuela. Último día de mis días y horas promediadas a la vera de mi cumpleaños, en ese colegio que recuerdo entre viboritas, silencios y diminutas mafias alrededor de un resinoso gomerito, puñetazos, patios enormes y dos críos que a la edad de cinco y seis, ya sentábanse a almorzar con los mayores. Grandes y hondos platos de cerámica repletos de un potaje hecho a base de salsa blanca y espinacas procesadas... deliciosamente horrible. Quien no dejase el plato limpio, perdía su derecho a probar el segundo.
Aquí faltaba siempre un beso y un socorro materno.
Sin soltar la tortuguita -todo lo contrario- no lo pensaste más que en esa duda aquietada al pie de la entrada a de la habitación, un dos pasos, salto y precipitarte encima.
Derribado contra la cama de mis padres, con los brazos a los lados asidos de las muñecas por tus manos, tu boquita quedó tan cerca de la mía que mis labios sintieron los tuyos fruncirse al pegarse y deshacerse en copiosas sonrisas.
Creo que hasta las mejillas se sienten besar en esos casos.
Quedé estupefacto, mudo, morado. Estabas besando a mi propio corazón que de los nervios, se subió por la garganta hasta el descanso del paladar.
Lejos de comprender la perplejidad que me dominaba, sobre la cama, con la mirada al techo, latiendo, mientras te alejabas, apenas y alcancé a enojarme por aquello. Una niña no puede besar a un niño, no es posible, no debe hacerse; ¡Es asqueroso!.
(aún cuando quede una sensación tierna y de entumecimiento agradable en el cuerpo)
Ni siquiera sé si lo recuerdas.
Este es el lado oscuro de los besos.
Como si se hubiese roto la pata de algo, la de ella quedó soldada con pegamento.
El impacto de la caída hizo saltar un poco el esmalte de su cascarón.
(no estabas contenta -pude verlo en tus ojos al mirarme- de saber que era, en cierta forma, un deseo y una despedida que querías llegara nunca)
El impacto de la caída hizo saltar un poco el esmalte de su cascarón.
(no estabas contenta -pude verlo en tus ojos al mirarme- de saber que era, en cierta forma, un deseo y una despedida que querías llegara nunca)
A veces con un solo beso alcanza para explicarlo, pero hacen falta muchos años para entenderlo.
Tiembla la piel de un café; espumosa se filtra entre los poros del aire, la... en sorbos... recuerdos... añoranzas... infancia... alineando el presente en la palma de la mano la... dos veces ya...
Mientras la espero.
(llega; con él)
¿Acaso yo no me había ido?.
(cada día siento que la amo diferente, no más)
(llega; con él)
¿Acaso yo no me había ido?.
(cada día siento que la amo diferente, no más)
Nunca volvimos a vernos... ¿recuerdas?.
(espero que dónde quiera que estés, sonrías)
(espero que dónde quiera que estés, sonrías)
(con besos para sus besos, hasta mis ojos la besan dormidos cuando se acerca)
Sigo con el corazón en la boca y ella, la...
Sigo con el corazón en la boca y ella, la...
Está conmigo.