27.11.07

boxx+ballerina

Desplumaba azúcares con el puntilleo de un dentado metal barrilito, un golpeteo de cucharita en guata y una mirada de irises cuadrados que se despintaban con la ausencia de un café negro que olía como su corazón cuando esas palabras se lo fueron fisurando prontas y sin pocos... sí; grandes y redondos irises cuadrados.

[cuatro, cero, dos, siete...]
Qué cuenta haría en su corazón para una aritmética que jamás, nunca, pero bajo ningún lecho ni techo de ciprés y lluvia, concordaría con la letras de su alfabeto.
Ella era en el mejor de los sentidos, una bestia.
Descansarla con la educación adecuada era una pamplonería inútil que tampoco con pobres plumosas mordidas, despertaría.
Despertar su astucia con el cuerdo credo coscorrón de un ósculo embebido en zarcillos y polvo de tiza no suministraban menos aburrimiento y pesadez en los párpados que a sus alípedes tobillos ganas de patalear.
Tal vez el bostezo de bigotes carbón fue lo que alarmó el fuego en su epiléptico temblor pupilar; o verticales arcoiris tubulares... en plena noche.
La dama señorial la halló embotellada, desprotegida, entre canales de ríos heridos y besos sucios. La cobijó como a un amante. Por un instante fue su hombre; así sintió sus hóspitos brazos al rodearla para ayudarle a levantarse.
Su boca cerca del oído la alimentaba. El roce accidental de los labios en el lóbulo recogió el dulce escozor de su piel en las piernas.
La cadena de sus huesos vivificados provocaron una sinapsis de mayor presión en el abrazo. Pareció desmayarse, pero sobre su vientre, una mano afable y tibia la levitó hasta dragar el veneno de su respiración.
Su hambre abrevaba de cuerpo mientras a cada paso, sus tejidos iban recobrando su integridad. Mas las heridas aún sangraban.
Lavada, vendada, rendida en sueño; despertó.
¿Quién había sido?.
El aroma de los granos molidos, el agua caliente vertida la invitaron a seguir despertando, pero el tirón en su espalda detuvo su ímpetu con un sufrido vaivén de arco ladeado.
Entonces la vio entrar y detenerse al pie de la puerta con un bizcocho en la boca. Medio bizcocho fuera. La boca se movió despacio y el bizcocho fue torciéndose a un costado mientras todo el rostro se sonreía.
Sentada, miró con reojos rubores a la dama.
Llevó su mano a la panza y sintió el temblor del sueño de la que no era su mano.
El alboseñor de la dama, sin demostrar descuido por el bizcocho, se acercó, palpó su frente, le balbuceó fonemas y migajas intraducibles, y se sentó a su lado.
Se miraron fijo.
Ninguna se preguntaba nada.
Ambas se preguntaban si la otra se preguntaba algo.
Era el amanecer de un aturdimiento comprensible, pero que no le incomodaba.
Sus zapatillas estaban cerca de las patitas de la mesita de noche.
Se preguntó qué diferencia hacía una mesita de noche a una de día y se sonrío. La dama escuchó su graciosa respiración y acabó de comerse el bizcocho con agrado. Se levantó, rodeó la cama y salió al balcón donde estaba dispuesto el desayuno.
Ya distendida, siguió a la dama.
Aquel hombre era un caballero, era la primera vez que la trataban con tanto respeto y cariño... y ese caballero no era un hombre ordinario; era una dama.
Identificó su asiento por la cajita de madera que estaba encima. Su cajita.
La tomó apremiada y apuntó una mirada desconfiada a su salvadora anfitriona quien le sonreía al tiempo que se servía una taza de café fresco y escogía otro bizcocho.
Cuatro corderos y una loba, dijo antes de hundir el bizcocho y enjugarlo en su boca con el sabor de la noche.
La caja no había sido abierta. La caja no contenía nada de valor más que para ella. Para cualquier otro estaba vacía.
Escuchó el borbotear del café en su taza. Posó la caja a un lado de la mesa y tomó tres bizcochos. El primero lo llevó a su apetito de un bocado y sostuvo esperando su turno a los otros dos con sus dedos mayor, índice y pulgar de cada mano, mientras con los bordes de sus palmas alzaba la taza sorbiendo el café a marejadas.
La dama rió...
Nunca llegaron a conocerse. Esa mañana no habría de ser suficiente para ninguna.
El beso de la dama en la despedida no fue furtivo y triste.
Verla partir desde el balcón donde hicieron el amor con café y bizcochos, llevando su caja, reconfortó su corazón.
Era ya parte de un algo más de la dama que no sospechaba. Confiaba. Ya no era más libre que el contenido de su caja.
Podía quedarse en ese placentero refugio, o salir.
Hubo una vez que -buscando asilo en la hostilidad de un resguardo insomne- acabó por ser acorralada de sus más feroces miedos. Y así exteriorizada de pasiones, nunca llego a tener pesadillas... nunca llegó a tener sueños.
Esta vez salió; de sí misma.
Para ser libre, para encontrarse con ella siguiendo el rastro que la lluvia deja en los cálculos de aquello que dista de sus matemáticas y formula legible en ese abrazo amoroso de la mujer a la que le hablaba en una lengua sin más alfabeto que el amparo de las caricias.
Mojó su boca con la llovizna, la oreja, el lecho y la carne de su amada bajo aquel primigenio ciprés.
La devoró.
Su cabello olía a café y bizcochos.
Y se sentó desnuda, ahí, entre los huesos y el aroma del sexo, inapetente... esperando que vuelva.
El hombre que repare en su error de ortografía.

Su hombre.

4 comentarios:

Alex dijo...

pensé en lavanda, campos de lavanda y té a las cuatro en punto, todo el tiempo.

Libelula de Acero dijo...

Pero que manera de tristear, che!

Libelula de Acero dijo...

Vuelvo a leer y hay mil historias mas, pero igual no dejo de ver la tristeza!

estenoesminombre dijo...

ALEX,
Eso me deja perplejo. No sé cuántes veces leí el comentario y sigo quedando perplejo.

BESOTES, ALEX.


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Libélula x2,
Ya aclaré que no era una historia triste, sino más bien una historia de amor que terminó siendo algo macabra.

Eso es lo que me gusta, que encuentren las historias que hasta un servidor desconoce.
Pues algo de trsiteza le reconozco que hay.
A nadie que entrega su corazón le gusta ser devorado por las pasiones de ese ser amado.
Más aún, devorado por las pasiones del propio corazón que, por un otro, permitimos que nos coma.

BESOTES, LIBÉLULA.