3.12.07

pequeño cuadro de escena de amor en rebeldía

Lento, acercándose -dedo índice estirado- para pasar a través del medio corazón del asa de la taza que reposaba sobre un florido mantel de amapolas negras. Mesurando cada desplazamiento, cada centímetro que avanzaba, parecía hacerlo reptando; despacio como un suspiro, sin pausa, apacible, se deslizaba sin prisa.
Cual misterio escondido, enigmática, ella no había sentido su presencia. De espaldas, no reparó en la sombra grave, ingrávida, que alcanzó su hombro. Estaba concentrada en una novela negra de un autor francés de poca monta. La historia parecía centrarse en una vivaz damisela con piel de cordero que gustaba de asesinar a sus víctimas luego de hacerles el amor y despojarlas de él. Para ser una novela mediocre, resultaba atrapante su lectura. Estaba llegando a la encrucijada de la narración cuando entre las claves, las pistas y los cavernosos perfumes extinguidos en la piel bajo la lluvia, gritó escabrosa y desaforadamente... pero no tan desaforadamente como uno imaginaría... se trató de un grito sumergido, como de huesito atorado en la garganta, aterido de modulación, blando, apagado, que fue suficiente para reverberar en él como el espinazo de un trueno.
El sobresalto hizo que la mano de él flexionara el dedo, dando un ineludible rodillazo de nudillo al asa, topando seguidamente en acelerado impulso la taza, hasta derribarla sobre el mantelado jardín antes de rodar y caer al suelo por última vez con la integridad que una taza tiene cuando se la llama por ese nombre. Las consecuencias del caliente brebaje sobre la carne no se hizo esperar provocando la reacción nerviosa equivalente. A toda velocidad, intentando hacer el menor ruido posible, batía su palma cual abanico soplándola. El café quemaba como el mismísimo diablo y ella... ella seguía enardecida. Empantanada en un trance de frenesí, mordía las palabras con todo sus molares y acentos. Cada vocablo se retorcía de rabia. Algo la había sacado de quicio y cualquiera que quisiese entenderla, tenía que acercarse cada vez más -lejanamente aconsejable- ya que los decibelios de su voz parecían ir decayendo; el volumen de su voz disminuía gradualmente, ya producto de su cerrazón bucal, ya producto de que se estaba en presencia del ojo de un huracán de metro sesenta y siete...
El era más bien un hombre tranquilo, relajado, calmo. Como un dálmata, pero sólo de lomo dálmata.
Hasta en esos momentos de tristeza, amargura y desazón, él encontraba buenas razones para sonreír. Como aquella vez cuando se quedó cuarenta y nueve minutos en medio de la calle mirando una mariposa y al llegar a su entrevista de trabajo explicó que: "Era la primer mariposa de aquella primavera en la ciudad, no se debe tomar a la ligera tales acontecimientos o de lo contrario el arrepentimiento lo acompañarán a uno hasta el ocaso de los corazones o de lo que vive una mariposa..."
¿Puedes creer que lo dijo tan confiada y sonrientemente que no hubo interlocutor capaz de no aceptar su explicación y sonreír?.
No... no obtuvo el empleo. Allí la conoció a ella.
Ella lo entrevistó y al instante ambos supieron que una relación amorosa entre empleador y empleado era imprudente. Aunque esto último a ninguno le hubiese importado. El no estaba calificado para el puesto solicitado y ella lo hubiese contratado igual sólo para tenerlo más cerca suyo.
Se eran al otro legibles desde entonces.
La conocía pues, bastante bien y lo que estaba aconteciendo no era un asunto menor. Con sigilo, fue retrotrayendo sus pasos, volviendo con la misma lentitud del inicio sobre las huellas dadas. Estaba a punto de lograrlo cuando, sobre su eje, como por un contradivino acto de posesión, justicia poética o abrir un paraguas en un lugar cerrado, ella en una secuencia cuadro a cuadro, fue girando hacia donde él.
Estaba acaracoladamente encorvada, con el pecho hundido. Irradiaba un aura profana, ennegrecida. Su voz parecía rechinar como una avejentada grieta. El libro en sus manos, sufría la presión irritada de toda su esencia. Su cabeza, completamente gacha, dejaba entrever su boca moviéndose levemente, contracturada, como si intentase impedir con todas sus mismas fauces que una saliva y diablitos dálmatas salieran por ahí destinadas a hacer estragos...
¿Cuánto puede un alma atormentada soportar antes de quebrarse y supurar por las fisuras?.
Lo que empezó siendo una respiración tenue fue convirtiéndose en un susurro. Los labios comenzaron a abrirse y el susurro a hacerse un casi imperceptible sonido en ascenso. Ella no conocía el límite de sus pasiones. El volumen de su voz comenzó a intensificarse. Tanto que a esto se sumó la rabia, el enojo, el capricho, una mayor frecuencia y repetición de las palabras que ya podían comprenderse con mayor claridad, pero sin ser humano capaz de registrarlo en un término sensato para el entendimiento humano.
Maldita sea estos libros de bolsillo todos estos libros y el imbécil que los edita sobre todo ese idiota y sólo ese idiota que sabe un cuerno mierda nada de nada y no entiende que la calidad del papel es directamente proporcional a la cantidad de agua que le caiga y ni que decir de la tinta la tinta debe ser de calidad primera clase caso contrario pasa lo que pasa ¿Ves? ¡Esto pasa! ¡Pasa que a los muy carajitos cojonudos se les olvida que habemos personas que queremos terminar de leer un maldito libro y los muy cojonudos carajitos lo recuerdan y por eso hacen y usan papel predecible y afable a la humedad a las goteras a las salivaciones de sus risas malévolas porque saben lo que hacen y lo hacen de todas formas hasta que una llega al meollo de querer seguir leyendo el libro hasta el final terminar de leerlo nada más nada del otro mundo, ¡pero nooo los señoritos no usan más papel que papel de baño y tintas de calidad pulpo tercermundista ¿para qué? para que alguien pague con sacrificio una lectura que quedará inconclusa porque, ¿quién es la víctima en este asunto, eh, eh, eh? ¿quién es? díganme, ¿quién, eh?... ¡¡¡YO SOY LA VÍCTIMA!!!.
La sordera no se aplica a asuntos del corazón.
Al verlo sólidamente pálido, duro, enmudecido, lleno de miedo y sordo, ella se recompuso llamándose a sí a la calma. Recogió su cabello enmarañado por la furia, dejó el libro sobre la mesa, esquivó el charco de café y se acercó con paso firme hasta donde él permanecía inmóvil.
Los ojos de él, nerviosos, la veían llegar. Quería huir, pero su cuerpo no respondía. Era un momento de vida o muerte, de morir o morir, sabía que iba a perecer allí mismo y sin embargo no podía entenderlo, no quería, pero allí estaba, no había forma; ¿estaba dominado por el pánico?.
Ella estaba casi frene a él y él, él... él... aterrado... ¡No lograba borrar esa sonrisa y--
...demasiado tarde.
El beso lo desaclimató por completo. El miedo estribó en una mano de ella rozando su mejilla, y otra rodeándolo en un abrazo.
La mirada de él no dejaba de estar algo sorprendida, no debido a que la lengua de ella estaba dentro de su boca con un delicioso y fresco sabor a fresa. Sentía sus labios sonreír contra los suyos.
Mas no se trataba de eso tampoco.
Entonces se percató, a la usanza de las novelas negras policiales de autores franceses de poca monta, que algo no estaba en su lugar... algo andaba no mal... sino demasiado a pedir de boca.
Y ella seguía sonriendo entre besos.
En esa fracción donde los amantes se separan unos centímetros para mirar el brillo de los ojos, en ese preciso instante, el volteó su mirada hacia la cocina mientras ella intentó en vano, con cara de pollito mojado, emprender la retirada...
En una maniobra digna de un contorsionista con ínfulas de luchador grecorromano, la tomó por la cintura con sus brazos y la alzó hasta colgarla encima suyo.
Ella gritaba... en realidad, fingía que gritaba como si la hubiese secuestrado un malhechor de alguna película de cine mudo.
El reía estrepitosamente, como lo haría el mostachudo malhechor de una película de cine mudo.
Salieron de la escena triunfantes y alegres.
Ella avizoró cual predador natural, que él iba a tomar SU taza de café y reaccionó gracias a su instinto de alerta. Claro que recordó también que no quedaba más café y que ella NO iba a ser quien lo preparase.
Por ello tuvo que elaborar una estratagema lo suficientemente buena y convincente como para distraerlo, pero el amor es un imponderable atolondrado que al final, desde el principio, no es nada y es todo, se deshace con un beso y se enfada para que lo sigan besando... eso hace que lo disfrutemos tanto.
Eso, y un buen café que lo agite entre las páginas mojadas de un indeseado esgrimista de cucharitas.
Cuando acabes de revolver tus miserias y veas las mariposas, te volverá el hambre de las sonrisas.
O sólo las dos últimas.

2 comentarios:

Manón dijo...

"Cuando acabes de revolver tus miserias y veas las mariposas, te volverá el hambre de las sonrisas".

Llegué al final y no pude pensar en todo lo demás. Esto. Es esto.

Gracias, enemnito.

estenoesminombre dijo...

Manoncita,
Nada que agradecer. Me alegra compartir y concordar.

El placer es mío.

Besotes, Manón.