24.7.06

poppins

Galagalinda P. Galimatea andaba caminando por la acera -literalmente agarrándose con los pies al suelo, casi hasta se diría que los arrastraba en cada paso- cuando a un pañuelo se le voló el dueño.
-Estos ventarrones son de periferia.- destiló una vocecita vieja a Galagalinda que tuvo que girar inclinando hacia abajo su cabeza. Tanto así que incluso tuvo que agacharse para verla.
Allí estaba las más anciana y diminuta abuela que alguna vez se había visto (puesto que dejan verse muy rara vez).
La anciana sonreía entre sus mil arrugas.
-Tengo un mechón de hambre descorrido entreocultando mi ojo parche, los cordones de este zapato desatados (alzando su minúsculo pie), la nariz tibia y, no puedo volar a menos que me socorran en dicho pilotismo...-
¿Cuán vieja podía ser esa dama?... El dueño del pañuelo desaparecía en la distancia dando volteretas. Nadie podía escucharlo.
La señora respiró hondo y dándose una palmadita en la pierna, rió con desenfado, saludó a Galagalinda y reemprendió su marcha.
La joven por su parte volvió a girar su cabeza sin decir palabra, contemplando el caminar de la viejecita.
Se incorporó súbitamente al notar un gran número de transeúntes reunidos cerca suyo.
Estaba por volver sus pasos gacha y avergonzada, cuando un hombre llamó su atención...
-Olvida su pañuelo...- y luego de tomarlo se lo alcanzó estirando su mano como quien nos acerca algo sin acercarse.
Galagalinda lo miró un instante, fijo y sin parpadear; entonces cerró sus ojos, respiró hondo y...
Y el hombre emprendió un vuelo razante y desbaratado por entre los tejados.
Ese día, Galagalinda P. Galimatea no llegó a su clase de paracaidismo; nadie te prepara para un día de ensueño.
De regreso a casa, encontró al hombre que le había acercado el pañuelo, riendo descascaradamente sobre un colchón de hojas secas.
Antes de entrar a su casa habría asegurado haber visto una pequeña figura proyectando su sombra contra una luz, pero un mechón de hambre se le descorrió hasta entreocultarle su ojo parche...
Su nariz tibia tuvo curiosidad entonces y, desatando uno de sus zapatos, intentó volar...
Desde ese día, Galagalinda no pone un solo pie en tierra, y tampoco necesita llevar a cuestas paracaídas.
Soplar y/o ser soplado, he ahí los misterios dejados a elección de los habitantes de una villa flotante.
No la busques mirando sólo al cielo... los objetos bajo tus pies pueden verse microscópicos debido a la distancia que de ellos te separa.
Por cierto;
...¿Tienes un pañuelo?.

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